UN HOMBRE CONSAGRADO AL “AMOR SIN DISTINCIONES”

OCTUBRE - 2005
Como tantas otras veces, en la tarde del pasado 16 de agosto, el hermano Roger Schutz, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé, oraba unido a la numerosa asamblea congregada en la iglesia de la Reconciliación, del pequeño pueblo francés del mismo nombre. Repentinamente, una mujer con síntomas de desequilibrio psíquico le acuchilló mortalmente. Falleció unos minutos después; tenía 90 años. Había nacido en la localidad de Jura (Suiza) el 12 de mayo de 1915. Avanzó, cada vez con mayor intensidad en el camino del abandono en la voluntad de Dios y el humilde don de sí. Así se convirtió en un dócil instrumento en las manos divinas, que pudieron obrar en él maravillas de Amor. Su Fe fue siempre su fuente de inspiración y de su audacia. Ciertas convicciones íntimas lo llevaron a seguir por ese camino infatigablemente. Citaré tres de ellas:
Con frecuencia, el Hermano Roger repetía estas palabras: «Dios está unido a cada ser humano, sin excepción». Su corazón albergaba a todos los seres humanos, de todas las naciones, sobre todo a los jóvenes y a los niños. Esta confianza fue y será el vehículo de la vocación ecuménica de su fundación. En Taizé, donde había comprado una casa abandonada, comenzó a acoger junto a su hermana, Geneviève, a refugiados durante la segunda guerra mundial. Entre ellos había judíos. Ello les ocasionó serias persecuciones de las que tuvieron que huir. Al regreso, ya se les habían unido varios hermanos. El día de Pascua de 1949, se comprometieron juntos para toda la vida en el celibato, la vida común y con una gran sencillez. Hoy la comunidad de Taizé reúne a unos cien hermanos, católicos y de diversos orígenes evangélicos, procedentes de más de veinticinco naciones. Viven de su propio trabajo. Desde los años cincuenta algunos hermanos han ido a vivir a lugares desfavorecidos del mundo para ser testigos de paz y para estar al lado de los que sufren. Desde finales de esos años, comenzaron a llegar a Taizé jóvenes de diversos continentes y de diferentes confesiones cristianas para recogerse en oración.
La segunda convicción es la importancia fundamental de un valor del

Evangelio: la bondad de corazón. No son palabras vacías, sino una fuerza capaz de transformar al mundo porque, gracias a ella, Dios realiza su obra. “Ante el mal, la bondad de corazón es una realidad vulnerable. Sin embargo, la paz de Dios tendrá la última palabra para todas y cada una de las personas sobre la faz de la tierra”. Con motivo de los últimos días del año, Taizé organiza, en una ciudad diferente cada vez, un encuentro europeo de jóvenes, que constituye una nueva etapa de la «peregrinación de confianza a través de la tierra». Juan Pablo II siempre se hacía presente en estos encuentros con un mensaje de aliento. Decía, por ejemplo: «Se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente. El viajante se detiene, sacia la sed, y continúa su camino».
Aunque de origen calvinista, Roger Schutz se convirtió al catolicismo en los años 80. Siguiendo la directriz de Juan Pablo II, mantuvo en privado su conversión para favorecer la causa del ecumenismo. Ante todo, creía en el ecumenismo de la santidad, “esa santidad que cambia el fondo del alma y que es la única que lleva hacia la comunión plena”. Ésa es la tercera convicción. En el funeral por Juan Pablo II pudimos verle comulgar de manos del entonces Cardenal Ratzinger.
El día antes de su muerte había escrito al Papa una carta muy conmovedora, muy cariñosa: “(...)nuestra Comunidad de Taizé quiere caminar en comunión con el Santo Padre” -eran algunas de sus palabras-.
Éstas son las últimas líneas de su último libro, publicado hace un mes: «Por mi parte, llegaría hasta los confines de la tierra, si pudiera, para repetir una y otra vez que confío en las generaciones más jóvenes».
Ahora, hermano Roger, estás en buenas manos, y puedes imponer las tuyas desde lo alto sobre todos nosotros, especialmente los jóvenes.

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