EL SILENCIO QUE AGRADA A DIOS, EN LA ESCUELA DE SAN JOSÉ

El pasado 18 de diciembre, con ocasión de la oración del Ángelus, el Santo Padre nos exhortaba, a “dejarnos contagiar por el silencio de San José”. Constataba con ello la gran necesidad de cultivar el recogimiento interior para acoger y custodiar a Jesús en nuestra vida, y favorecer la escucha de la voz de Dios. Ello es especialmente necesario en el contexto en que vivimos, un mundo con frecuencia demasiado ruidoso y con tal multiplicidad de mensajes que empuja a la dispersión. Este mes en que celebramos su Fiesta es una buena ocasión para profundizar en ello.
Ese silencio de San José, que ha de ser nuestro modelo, no se debe a un vacío interior, sino que está lleno de la contemplación del misterio de Dios y la disponibilidad total a la voluntad divina y al servicio del prójimo. Es un silencio que acoge la Palabra de Dios y está entretejido de oración constante; oración de bendición del Señor, de adoración de su santa voluntad y de confianza sin reservas en su providencia. Así pues, es un silencio activo que selecciona los contenidos: deja fuera todo lo que no viene de Dios, y se llena de todo lo que proviene de la Gracia.
Al imitar ese valioso silencio debo estar atento y esforzarme en dos aspectos:

1º-A qué presto oídos (qué dejo entrar en mi mundo interior). Es humanamente imposible atender a todos los mensajes que se me proponen, necesito elegir. Pero, además, no todo conviene ni es bueno. No son buenos cualquier programa de televisión, conversación, lectura...Algunos corrompen mi alma o me ponen en peligro de ello; debo evitarlos de igual modo en que evito los charcos y barrizales, para no manchar toda mi casa al entrar con los pies enlodados. Y si me he ensuciado, me lavo en la confesión y vuelvo a comenzar con más ahínco. Evitaré la información que no me edifica sino que me destruye, acerca de cosas que me hagan perder el tiempo o la virtud, chismes, calumnias, etc. En asuntos que debo conocer para ejercer mi profesión o formarme, he de buscar una fuente fidedigna, una persona sabia que me aconseje, un buen libro o publicación. Muy en particular, para conocer el Magisterio de la Iglesia, todo lo que Ella afirma en cuanto a la Fe u otras cuestiones, debo buscarlo en las fuentes mismas y no en la primera noticia, probablemente deformada, que oiga por la televisión.
“No tengo tiempo”, “no tengo capacidad”, es lo primero que me viene a la mente; pero si soy sincero compruebo que para comprar un piso o un coche, o buscar remedio a una enfermedad, pongo mucho más esfuerzo, ¡cuánto más debería luchar por la salud de mi alma y la de los que me rodean! Dios no me pide más allá de mi capacidad; le pediré, pues, que me ayude y pondré todo de mi parte.
Un buen propósito para esta Cuaresma podría ser leer la primera encíclica de Benedicto XVI, “Dios es amor”(Deus caritas est). El Papa se ha esforzado en escribirla en términos asequibles para ayudarnos a comprender su contenido.
Si Dios camina siempre a mi lado, Él que lo sabe todo, que conoce perfectamente el presente, el pasado y el futuro; si está deseando ayudarme en las decisiones de mi vida, avisarme de los peligros (como hizo con San José por medio del Ángel –Cf Mt 1, 20-21; 2, 13-15-), conducirme hacia mi felicidad, ¿No constituirá una “santa astucia” aprender a escuchar su voz e invitarle constantemente a que entre en mi corazón y pedirle consejo en todo?
La recitación de jaculatorias a lo largo del día ayuda mucho para alcanzar de Dios el don del silencio y la unidad interior, y mantenerse en sintonía con su Corazón. Algunas veces se ha menospreciado el valor de las jaculatorias alegando su monotonía, o que pueden convertirse en una oración mecánica. Verdaderamente vale la pena esforzarse en que el corazón y la inteligencia digan lo mismo que repite la boca, pero aunque a veces no lo lográramos, constituyen una buena plataforma para una oración más profunda y para mantener la presencia de Dios en todo lugar, a lo largo de la jornada. También son de gran valor por dedicar con ellas algunas energías y facultades corporales a Dios (no olvidemos que no somos sólo espíritu). También para evitar esos pensamientos que frecuentemente nos asaltan y nos alejarían del bien. En algunas circunstancias muy difíciles para la vida espiritual (gran aridez, enfermedad, un gran sufrimiento...), pueden constituir un asidero de emergencia para mantener firme la unión con Dios, a pesar de las dificultades. A propósito de ello, me viene a la mente el testimonio desgarrador de una mujer cuyo hijo de diez años murió en un terrible accidente, debido a la negligencia en el mantenimiento de las instalaciones de un pequeño hostal. Precisamente toda la familia había decidido pasar unos días allí, para reponerse de una racha de acontecimientos funestos, entre los que se contaba el incendio del hogar familiar. Decía: “Era la única oración que podía efectuar; el ánimo destrozado, el sufrimiento tan grande, impedían a mi corazón dirigirse a Dios; sólo podía elevar una oración recitada con los labios, por pura fuerza de voluntad; fue mi tabla de salvación”.
Tengamos en cuenta, no obstante, que la recitación de jaculatorias no es similar al uso que se hace de los mantras en algunas disciplinas orientales; no es un instrumento para ayudarnos a concentrarnos o relajarnos. No es simplemente una parte de un 'yoga cristiano' o un tipo de 'meditación trascendental'; se trata de una invocación dirigida a otra persona: Dios hecho Hombre, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, directamente, o pidiendo la mediación de la Virgen Santísima o algún Santo.
Ejemplos de jaculatorias son la simple invocación de los nombres de Jesús, María o José; o los tres a la vez; o la muy extendida: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, tomada de elementos de la Sagrada Escritura.

El Santo Padre nos ha dado aún más consejos en cuanto al cultivo del silencio interior. En su mensaje para la XXI Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará, a nivel diocesano, el 9 de abril de 2006, Domingo de Ramos, nos ha propuesto el siguiente tema para la reflexión:

"Para mis pies antorcha es tu palabra,
luz para mi sendero" (Sal 118[119],105)


Pero, para que la palabra de Dios ilumine mi vida, debo aprender a escucharla. ¿Cómo formarse un corazón capaz de escucharla? Nos responde el Papa: «Esto se consigue meditándola sin cesar y permaneciendo enraizados en ella, mediante el esfuerzo de conocerla siempre mejor.»
Nos ha exhortado, en fin, a «adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para nosotros como una brújula que indica el camino a seguir: Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto: "El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo" (PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25). »
Además, la lectura, el estudio y la meditación de la Palabra tienen que desembocar después en una vida de coherente adhesión a Cristo, a su Iglesia (que custodia un tesoro de tan gran valor, lo interpreta con autoridad y nos permite acceder a él) y a su doctrina. Ya lo advierte el apóstol Santiago: "Pero tenéis que poner la Palabra en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos." (St 1,22-25).
Sigue diciendo el Papa: «Queridos jóvenes, meditad a menudo la palabra de Dios, y dejad que el Espíritu Santo sea vuestro Maestro. Descubriréis entonces que el pensamiento de Dios no es el de los hombres; seréis llevados a contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustaréis en plenitud la alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está exento de insidias, podréis encontrar dificultades y sufrimientos La presencia amorosa de Dios, a través de su palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el camino, también en los momentos más difíciles.
(...)La palabra de Dios es un "arma" indispensable en la lucha espiritual; ésta actúa eficazmente y da fruto si aprendemos a escucharla para obedecerla después. Explica el Catecismo de la Iglesia Católica: "Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la Palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma" (n. 144).
(...)Quien escucha la palabra de Dios y se remite siempre a ella pone su propia existencia sobre un sólido fundamento. "Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, - dice Jesús - será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca" (Mt 7,24): no cederá a las inclemencias del tiempo.»


2º-Qué expreso (de palabra u obra). Que tenga siempre presente que aquél de quien voy a hablar, o a quien voy a hablar, es mi hermano. Y me pregunte antes: ¿Es verdad lo que voy a decir? ¿Estoy seguro de ello? ¿Conviene que lo diga a esta persona y ahora? ¿Cómo voy a decirlo? (que sea siempre con humildad y amor) Que le pida a Dios que sea Él quien inspire mis palabras según su querer.

Ven Espíritu Santo, Espíritu de fortaleza y de testimonio, y hazme capaz de proclamar sin temor el Evangelio hasta los confines de la tierra. María, mi Madre y guía, enséñame a acoger la palabra de Dios, a conservarla y a meditarla en mi corazón (cfr. Lc 2,19) como lo hiciste tú durante toda la vida. Aliéntame a decir mi "sí" al Señor, viviendo la "obediencia de la fe". Ayúdame a estar firme en la fe, constante en la esperanza, perseverante en la caridad, siempre dócil a la palabra de Dios.
San José Glorioso, sé tú mi Maestro en el ejercicio del verdadero silencio (ése que hace posible escuchar a Dios, a los demás y a mi propio corazón) y escribe mi nombre en tu corazón y en los de Jesús y María.

“LES CHORISTES” (Los chicos del coro)

(Reflexiones sobre la película “Los chicos del coro”-estrenada en 2004 y dirigida por Christophe Barratier
RECORRIENDO EL CAMINO DE LA ESPERANZA

Vois sur ton chemin
gamins oubliés, égarés.
Donne leur la main
pour les mener
vers d´autres lendemains.

Sens au coeur de la nuit
l´onde d´espoir
ardeur de la vie.
Sentiers de gloire

Bonheurs enfantins
trop vite oubliés, effacés.
Une lumière dorée brille sans fin
tout au bout du chemin.



Mira por el camino
a los niños olvidados, perdidos.
Dales tu mano
para conducirlos
a otro mañana.

Siente en medio de la noche
la ola de esperanza
y el ansia de vivir.
Senderos de gloria

Alegrías infantiles
olvidadas, borradas demasiado pronto.
Una luz dorada brilla eternamente
a lo largo del camino.

Alborean los años setenta cuando Christophe Barratier, tímido y solitario, espera en vano, como cada sábado, a que su padre venga a buscarle. A sus ocho años, ya ha tenido que separarse de él y de su madre para ir a vivir con su abuela. Pero un día su alma infantil se conmueve, cautivada por un sentimiento nuevo e intenso: ha visto en la televisión una película, “La cage aux rossignols” (Jean Dréville, 1945); la emoción que en ella despiertan las voces de los niños y el personaje del músico fracasado que, a pesar de todo, se esfuerza por mejorar el mundo de los que le rodean, le abre horizontes interiores, caminos luminosos...
"Estudié música y, por la disciplina y concentración que exige, me convirtió en un niño diferente dentro de ese universo hostil. Fue un balón de oxígeno, una salvación." (Cristophe Barratier)

Décadas más tarde (el año 2004) Cristophe Barratier, con una nueva versión del relato, nos invita, también a nosotros, arropados por la calidez de sus entrañables vivencias, a sumergirnos en ese micromundo del correccional “El fondo del estanque”. Recorreremos, de la mano de Clément Mathieu y todos los demás protagonistas, el camino de la esperanza; ese camino de fe, esfuerzo y plenitud, que transfigura el invierno del sinsentido en una primavera de amor y motivación interior.

“Esto es lo que más me gusta del cine, y lo que tienen en común mis películas preferidas: ¿cómo puede contribuir un individuo a mejorar el mundo? Sé que el cine no puede cambiar las cosas, pero puede despertar las ganas de intentarlo. Me gusta salir de ver una película con ganas de identificarme con el personaje principal. La enseñanza de Clément Mathieu no se limita a unas simples lecciones de música sino que es una lección de vida. En “LOS CHICOS DEL CORO” hay tres temas: la primera infancia, la música y la enseñanza”. (Cristophe Barratier)

El argumento no es nuevo; los personajes, el desarrollo de la historia, son bastante previsibles. Incluso hay una cierta gratuidad en la abundancia de expresiones soeces. Sin embargo es una de esas películas con encanto que se quedan dentro, a veces por mucho tiempo, contagiando su amable y esperanzada visión de la vida; diciendo cosas, sugiriendo al corazón otras formas de mirar el mundo, señalando nuevos caminos para vivir y convivir. Cuando esto sucede es algo maravilloso y misterioso a la vez. Como esas historias buenas que antaño se transmitían de padres a hijos, siempre las mismas, pero continuamente enriquecidas por el corazón del que las narraba, perennemente estimulantes, “los chicos del coro” acierta a convertir al espectador en una persona mejor. Llega al alma, y por eso mismo, a veces desata emociones contradictorias pues toca esa profunda herida de la nostalgia de lo bello, de que el bien acabe triunfando sobre el mal. Desengañados, muchas veces, por la realidad, se nos antoja demasiado dulce el “happy end” (eso que suele decirse coloquialmente al salir del cine de que “se impone controlar las caries y analizar la glucosa en sangre para evitar males mayores”). Pero no nos dejemos desanimar: más tarde o más temprano, el bien siempre acabará venciendo al mal. La historia, la gran Historia de la humanidad, no acaba en la Cruz, sino en la Resurrección.
Iniciamos el viaje y se abre ante nosotros un largo flash-back que nos traslada al frío invierno de 1949, en plena postguerra. Abundan entonces los huérfanos y también los niños (y, cómo no, los adultos) con serias carencias de afecto y de puntos de referencia sólidos, a causa de de las apremiantes preocupaciones del momento. -De modo casi espontáneo nos viene a la mente el momento presente, al que podemos trasladar sin esfuerzo la esencia del problema, originado, eso sí, por motivos diferentes-. Clément Mathieu, profesor de música en paro, con un sentimiento subjetivo de fracaso profesional, comienza su primer día de trabajo como vigilante en un internado masculino de reeducación de menores, situado en una pequeña ciudad francesa. En sólo unos pocos segundos ya tiene adjudicado el apodo de cabeza-de-huevo, entre otros. Unos minutos más, y se ve plenamente inmerso en el fuego cruzado de esa constante guerra de frustración, exasperación e ira que se ha apoderado del centro.
“ACCIÓN-REACCIÓN”-es la consigna del director Rachin y a ella subordina todo su método “pedagógico”. Los demás miembros del cuadro docente acatan maquinalmente la máxima. Pero, con ese método represivo, apenas si logran mantener la autoridad sobre sus difíciles alumnos.
Barratier pone de relieve lo inhumano del procedimiento, jugando con una paradoja: el Principio de acción y reacción, constituye la tercera ley de la mecánica de Newton(1). Se trata, pues, de una ley física, de las que se aplican a la materia inanimada. Pero no se puede trasladar, sin más, al ser humano quien, creado a imagen de Dios que es amor, es mucho más que materia. El universo se rige por leyes físicas y biológicas, pero no somos esclavos ciegos de ellas... Demasiado a menudo, sin darnos cuenta, se nos cuela este sofisma y lo aplicamos como principio rector en nuestra vida cotidiana: “Éste me la hace, y yo se la devuelvo, ¡faltaría más!”, “hago justo lo contrario de lo que me dicen porque quiero ser rebelde y sentirme libre” (o sea, que sigo siendo un títere) “esto me apetece y esto hago, es una pasión inevitable, no se puede gobernar”, “tuve una mala experiencia, un fracaso, ya no puedo ser feliz y todos los que vengan después lo pagarán”...Las consecuencias son dramáticas; nos hacemos esclavos de los sucesos, del actuar ajeno, de un sinfín de cosas y quedamos atrapados en un círculo vicioso que conduce a la destrucción y nos hace adoptar posturas que no van con nosotros.
¿Cómo salir? Observemos al vigilante Mathieu: compadecido de esos pobres muchachos y de sus vidas sin horizontes, muy pronto se ha olvidado de sus propios problemas, y vuelca toda su energía en buscar modos de construir algo que resulte positivo para todos. No se enfrenta de entrada, desafiante, a Rachin; eso suele ser contraproducente en estos casos; pero le hará frente con decisión, si ello llega a ser imprescindible. No busca ir contra nadie, sino a favor de todos, de la parte buena de cada uno. Por eso es más astuto, y utiliza la mano izquierda tanto como le es posible. Y así, con autoridad inteligente y amorosa, pero empleando gran firmeza cuando es preciso, intenta acercarse a sus alumnos. Observándolos, descubre que la música atrae espontáneamente su interés. Organiza pues, con ellos, un coro polifónico que pronto proporciona a toda la clase un nuevo afán de superación y un motivo benéfico de unión. También los demás profesores se van contagiando del nuevo aire fresco que rejuvenece el ambiente.
Ya vemos cuál es el camino, el amor es la respuesta. El amor tiene siempre su fuente en Dios, y Él es siempre nuevo, siempre vida, siempre creador. Si Dios tuviera una máxima no sería la de Rachin, sería más bien algo así como “acción-creación”, porque todo lo regenera, hace nuevas todas las cosas, por muy desesperada que parezca la situación. Si le pedimos ayuda y, dejándole entrar en nuestro corazón, seguimos sus inspiraciones, hallaremos siempre una respuesta constructiva a los hechos, una salida creativa que ayude a mejorar las cosas.
Se dice a veces que los cristianos debemos nadar contra corriente. Aun admitiendo que hay una parte de verdad en ello, yo prefiero enfocarlo desde otro punto de vista; más bien me gusta pensar que tenemos que nadar a favor de la corriente, pero escogiendo muy bien por cuál de todas ellas nos vamos a dejar impulsar. Hace falta buscar, con humildad, para encontrar esa corriente de vida buena, esa semilla de verdad, que Dios ha depositado en el corazón de cada persona y bregar a favor de ella, evitando los remolinos desordenados que nos arrastran al lodo, o los troncos y piedras con los que podemos lastimarnos. Que nadie lo dude, Dios ha escondido con inmenso cariño un talento en el alma de cada persona, una semilla para ser feliz y dar mucho fruto. Nadie carece de él y ninguno es menos valioso que los demás.
Pero volvamos a “El fondo del estanque”; cuando todo parecía ir como miel sobre hojuelas, sobrevienen las dificultades (como suele suceder en la vida). Es entonces cuando la voz del cínico se reafirma en su voluntad de no confiar, diciéndose satisfecho: “¡ves como yo tenía razón, es de bobos intentarlo!”. Incluso una voz maliciosa nos castiga interiormente con ese mismo aguijón. Es el momento de no rendirse y perseverar, de seguir esperando, de seguir creyendo... ¿por qué? El amor, siempre el amor es la razón. No nos dejemos atrapar por el cínico y su empecinamiento; no cabe sino encomendarlo en la oración, y seguir construyendo por nuestro lado, apoyados en el Señor, donde todavía haya puertas abiertas. La buena siembra da siempre buenos frutos, aunque muchas veces quien la siembra no llegue a verlos en esta vida. Mathieu no es un fracasado, muy al contrario, es un triunfador, porque ama y lucha por el bien; eso es ya una victoria de vida.
En muchas ocasiones pedimos a Dios milagros. Algunas veces Él concede alguno de ésos que resultan prodigiosos y llamativos, como los que se narran en los evangelios. Pero eso no sucede con gran frecuencia. La mayoría de las veces nos da a nosotros el poder de irlos construyendo poco a poco, con pequeños pasos de fe y esfuerzo, y todo el amor por nuestra parte. En “El fondo del estanque” tienen lugar muchos de estos milagros. Constantemente florecen por todo el mundo millares de estos milagros humildes, de la mano de los sencillos santos escondidos. Es una lástima que tantas veces no los sepamos apreciar. Pero lo cierto es que en nuestros días hacen falta muchos más Mathieu; ¡Bienvenidos sean todos ellos! ¿Te animas?

“Creo que se puede descifrar lo que soy a través de cada uno de los personajes... ¡sin excluir al director!” (Cristophe Barratier)
¡Qué gran servicio nos proporcionan los iconos, las imágenes que vemos, para concretar los conceptos e intuiciones que forjamos en nuestro interior, pero que quedan un poco abstractos! ¡Cuánto ayuda el ver reflejados, como en un espejo, actitudes, aciertos y errores, para profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y labrar esa sucesión de decisiones y actitudes mías que decidirán en quién me voy convirtiendo!
Quiero compartir contigo un par de esas ilustraciones, presentes en esta película, que me han ayudado especialmente:
1-La vivencia del perdón y de la comprensión de Dios-Padre: lo veo reflejado en la actitud de Clément Mathieu y también del bueno de Maxènce, hacia los chicos. No gobierna en el amor ese frío “acción-reacción” del director Rachin sino, más bien, otro hermoso principio: PECADO-MISERICORDIA. La misericordia ante el error no consiste en decir que todo está bien y que nada ha ocurrido, que no existen el bien y el mal. No, eso sería añadir más mal (una mentira) al mal precedente. La misericordia, en cambio, busca restaurar al pecador por el amor, darle ocasión de reparar el daño que ha causado con su falta. A veces, incluso resulta preciso un castigo, pero no motivado por la ira, la venganza o el afán de dominar o humillar, sino para permitirle tomar conciencia de su pecado y edificar en bien lo que antes destruyó en mal. Lo vemos en el joven Le Querrec, ejerciendo de enfermero de quien ha sido su víctima. Aún más bello resulta el agradecimiento por el perdón, en la espléndida escena con Pierre Morhange en el concierto público del coro.
Si eliminamos de la vida la experiencia del perdón y de la reconciliación (especialmente en el Sacramento de la Reconciliación), le robamos al ser humano uno de los elementos clave para alcanzar la felicidad. Sólo quien es capaz de pedir perdón y se sabe perdonado, es capaz de perdonar. Lo demás sólo son frases y eslóganes que no arraigan en el corazón y, en el momento menos pensado, rebrotan con el rencor o la culpabilidad reprimidos.
2-Reservo un espacio privilegiado para el pequeño Pépinot. Me emociona pensar que Dios y María nos ven así, como lo vemos nosotros a él cuando, con sencillez de corazón y humildad, les pedimos confiados, sin desfallecer, aquello que necesitamos. Estoy convencida de que sus Corazones se conmueven desbordados por una gran ternura hacia nosotros, cuando nos presentamos ante ellos tal cual somos: pequeños, pobres y desvalidos (Cf. Mc 10, 13-16). El pequeño ayudante del director del coro representa para mí una personificación del “pedid y se os dará” del Evangelio (Lc 11, 9-13).
Mención aparte merece la magnífica banda sonora de Bruno Coulais; una serie de veintiún temas que son un canto a la vida, a la necesidad de ser mejor cada día y de superar las dificultades. Algunas han sido compuestas especialmente para la película con estudiada sencillez y emotividad, como correspondería a unas piezas que, en la ficción, son obra del humilde Mathieu; otras han sido seleccionadas de diferentes autores o del propio Barratier. Se cuida mucho la sensación de progreso en el nivel de aprendizaje de los miembros del coro. Las partes corales están interpretadas magistralmente por Les petits chanteurs de Saint-Marc de la catedral de Lyon y su solista, Jean-Baptiste Maunier, quien también encarna, como actor, a Pierre Morhange, con expresiva interioridad.
Tampoco se puede omitir una mención al buen trabajo de los pequeños actores, noveles en su mayoría, quienes, junto a los adultos, tuvieron que soportar la canícula estival con ropas de invierno en las escenas iniciales, pues toda la película se rodó en verano.
Quiero agradecer, en fin, a todos ellos y a los demás miembros del equipo de filmación que nos hayan regalado todo esto, y a Dios por habérselo regalado a ellos.

“la humanidad todavía no sabe lo que tiene al poseer el don de la música”. (Pau Casals).
[1] Nos dice que si un cuerpo A ejerce una acción sobre otro cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual y de sentido contrario. Esto es algo que podemos comprobar a diario en numerosas ocasiones. Por ejemplo, cuando estamos en una piscina y empujamos a alguien, nosotros también nos movemos en sentido contrario. Esto se debe a la reacción que la otra persona hace sobre nosotros, aunque no haga el intento de empujarnos a nosotros.

ELS NOIS DEL COR (Els choristes)

Adreça: Christophe Barratier.
Països: França i Suïssa.
Any: 2004 .
Durada: 95 min.
Gènere: Drama.
Música: Bruno Coulais.
Estrena a França: 17 Març 2004 .
Estrena a Espanya: 3 Desembre 2004


(Está disponible en la red de Bibliotecas de la Diputación de Barcelona)

HEINRICH HARRER: DE “7 AÑOS EN EL TÍBET” A LA EXPEDICIÓN FINAL

El pasado 7 de enero Heinrich Harrer “se lanzó, con mucha tranquilidad, a su última expedición”-así lo comunicaba a la prensa su familia-. El legendario montañero austriaco se había hecho famoso por varias gestas, y su libro autobiográfico “Siete años en el Tíbet”, publicado originalmente en 1953, y llevado a la gran pantalla en el año 1997, por el director francés Jean Jacques Annaud, con el actor estadounidense, Brad Pitt, como protagonista.
Considerado uno de los grandes alpinistas del siglo XX, tenía 94 años en el momento de su deceso. Había nacido el 6 de julio de 1912 en Huettenberg, ciudad enclavada en una zona muy escarpada de Austria, dónde desarrolló desde pequeño un gran amor por el montañismo. Cursó estudios de geografía y de profesor de gimnasia. En el año 1936 fue abanderado del combinado olímpico austriaco en los Juegos Olímpicos de Berlín. En 1937 fue campeón de descenso en los Juegos Académicos. Participó en más de veinte expediciones de alta montaña de gran dificultad, y rodó cuarenta documentales al aire libre. En el año 1938 formó parte de la expedición que alcanzó por primera vez la cumbre de la mítica cara norte del Eiger, en los Alpes Suizos, que se había cobrado ya ocho vidas. Su éxito como escalador lo llevó, con 27 años (1939), al equipo austro-alemán que pretendía coronar por primera vez el pico Nanga Parbat (de 8.114 metros) en Cachemira, en el Himalaya. El estallido de la Segunda Guerra Mundial frustró los planes, y todo el equipo fue arrestado y conducido a un campo de prisioneros inglés en la India. Tras cuatro años y medio allí, consiguieron huir, junto a un compañero, Peter Aufschnaiter. Tuvieron que recorrer, en una ruta increíble, 2.000 Km vagando por las montañas durante más de veintiún meses, y atravesando treinta y un pasos y unas cincuenta cumbres de más de 5.000 metros de altitud, antes de llegar a Lhasa, capital del Tíbet; allí permanecieron gracias a un permiso especial del gobierno tibetano, pues la ciudad sagrada estaba prohibida a los extranjeros. Se quedaron unos cinco años en un clima de amistad y de intercambios mutuos de conocimientos con los lugareños. Heinrich se ganó la confianza del Dalai Lama, que entonces tenía 11 años, convirtiéndose en
su preceptor y amigo. La amistad perduró, y el Dalai Lama lo visitó en Austria con motivo de su ochenta y también noventa cumpleaños, respectivamente. Describe su vivencia de estos hechos en su libro “Siete años en el Tíbet” y también en “Mi vida en la corte del Dalai Lama”. “¡Ojalá estos recuerdos despierten en mis lectores un poco de simpatía y comprensión hacia un pueblo cuyo único anhelo fue vivir libre e independiente!”-manifestaba ser su aspiración última al escribir los libros-.
La terrible invasión militar china del Tíbet el año 1950, llevó a los dos austriacos a abandonar el país en menos de un año. Más adelante,
continuó sus arriesgadas exploraciones en el Amazonas, Groenlandia, Alaska, Congo y Guinea, entre otros lugares. Pero lo que había marcado su vida había sido el viaje al Tíbet.
Habiéndose hecho tan famoso, casi un mito por su epopeya, se comprende la gran conmoción que causaron las afirmaciones del artículo de la revista alemana Stern, según las cuales, Harrer había sido nazi desde 1933, miembro de las SA y después de las SS. Pese a negarlo inicialmente, lo aceptó parcialmente al enfrentarse con las pruebas, y se retiró, desapareciendo de la vida pública. El periodista austriaco Gerald Lehner encontró su expediente, que no lo relacionaba con ningún crimen
de guerra, pero sí daba motivos de inquietud acerca de sus actividades; la presencia de Harrer en el Tíbet habría podido estar motivada por una campaña nazi con la intención de aliarse con el pueblo tibetano (al cual Himmler consideraba descendiente de la raza aria), contra los judíos asiáticos y los ingleses. Según esta versión de los hechos, algunos de los contactos allí habrían abierto el paso a Lhasa a los dos jóvenes austriacos. Harrer afirmó que su pertenencia a las SS fue meramente pasiva y oportunista, con objeto de poder participar en las expediciones, y que “en aquel entonces no existía el menor indicio de que los nazis llegarían a ser la mayor organización criminal de todos los tiempos. No obstante, creo que lo sucedido con las SS fue uno de los errores de mi vida, quizá el mayor”–concluía-.
Independientemente del tipo de nazi que hubiera sido Heinrich Harrer, lo cierto es que el Tíbet lo transformó. A lo largo de sus posteriores cincuenta y tres años por todo el mundo, desarrolló una gran labor
humanitaria, no sólo en defensa de la soberanía del Tíbet, sino también de la dignidad de los pueblos del tercer mundo. En cualquier caso, sólo Dios puede juzgarlo y lo que nos corresponde a nosotros es encomendar su alma a la Misericordia Divina.
No podemos conocer en profundidad toda la verdad sobre el Heinrich Harrer real y sus actividades, por ello quiero dejar claro que sólo me baso en el personaje que nos presenta la película “Siete años en el Tíbet”, cuando hago las consideraciones que siguen.
Podría interpretarse el relato de un modo global, considerándolo como un ejemplo de vida en la que, en esencia, tiene lugar lo mismo que en cualquier vida, de cualquier persona que ha vivido, vive o vivirá: Dios que ama a todos los hombres, sale al encuentro de todos y cada uno, constantemente, valiéndose de los medios disponibles, con la intención enamorada de que vayamos abriendo los ojos a la verdad sobre nosotros mismos y sobre el sentido de la vida, a fin de que lleguemos a c
omprender lo que es amar y ser amado. Quiere que, de este modo, se nos haga patente nuestro estado de pecado y pobreza y, con sencillez, nos abramos a la acción de su amor para poder ser salvados por Él. Cada individuo es libre de abrirse, o bien, cerrarse a cada pequeña o gran llamada que el Espíritu Santo le va haciendo a lo largo de su camino y, de ese modo avanzar más o menos, o nada, en la propia realización vital, en el logro de aquello para lo que hemos sido creados y que es lo único que nos puede hacer felices.
Tomo como ejemplo cuatro momentos álgidos de la filmación.
El primero surge cuando, tras huir juntos del campo de prisioneros, y efectuar un largo recorrido por las montañas, el compañero de Harrer lo confronta con su verdad: Heinrich es tan cínico (se ríe, incluso, cuando lo pillan en una mentira grave) e insensible a los demás, que nadie es capaz de soportarlo. Es la gota que colma el vaso de una serie de hechos que le hacen darse cuenta de cuánto ha llegado a abusar y utilizar a los demás, yendo siempre a lo suyo. Los ojos se le abren, a aquel gran egoísta, adicto
al propio yo (cosa muy frecuente en nuestros días) y, con admirable decisión, empieza a reaccionar y a rectificar, demostrándolo con hechos (de lo contrario serían sólo palabritas vacías). Empieza a buscar también el bien de los demás, incluso con sacrificio. En definitiva, sale de sí mismo para comenzar a amar.
El segundo tiene lugar cuando los dos amigos se afanan por conquistar a la misma chica. Él usa su talante narcisista de siempre, pensando sólo en lucirse. El otro joven, en cambio, piensa en la chica y se comporta con humildad. Un día, ella, intrigada acerca de las actividades montañeras de Heinrich le hace preguntas, y él le muestra en los periódicos todos sus premios y medallas. Como ella no entiende para qué sirve todo aquello, él le explica que es para triunfar, para llegar más arriba que nadie... ¡Justamente eso es lo que a ella la deja perpleja!: “en mi pueblo no es eso lo que tiene valor...”-responde- y le explica que lo que valoran los suyos, es la sencillez y el desasimiento de los deseos. Un poco cansados de la sociedad en la que vivimos, brutalmente competitiva y esclava de la eficiencia, en un principio se nos hace simpático este planteamiento. Es un esbozo de verdad que proviene de esas semillas que Dios ha puesto en el corazón de los hombres y se manifiestan cuando hay buena voluntad. Pero la plenitud de la Verdad es Jesucristo (“(...) Yo soy el camino, la verdad y la vida (...)” -Jn 14, 6-) y la ha revelado a la Iglesia, su Esposa; Él, al encarnarse, nos ha mostrado que el mundo material no es malo, ni una virtud evadirse de él, sino implicarnos y amarlo ordenadamente, poniéndolo al servicio del amor, al servicio de Dios y los demás, a fin de que el Reino de Dios progrese. No es malo llegar a los primeros puestos si no lo hacemos por autocomplacencia, sino para poder obrar el bien. Ciertamente, los cristianos nos hemos contaminado tanto del afán de poder y del materialismo que nos rodea, que muchas veces deformamos la verdadera imagen de lo que Jesús nos ha venido a enseñar: la Humildad y el hacerse servidor de todos por amor, a ejemplo suyo. [“(...) quien quisiere ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor (...) así como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.”(Mt 20, 26-28)].
Un tercer momento que quiero destacar es aquél en que el protagonista dice: “¡y pensar que yo antes también estaba de acuerdo con esto...!” Se refería al uso de la fuerza y la violencia a fin de dominar a los países, de imponer las ideas. Pero ahora él ama a ese pueblo tibetano y le duele su dolor; Harrer ha aprendido la lección de la compasión y la misericordia. ¡Ojalá todos aprendiéramos, esta lección y nos pusiéramos siempre en el lugar del otro en nuestras actuaciones! Entonces nos daríamos cuenta de
que el prójimo, es una persona como tú y como yo, con sentimientos, esperanzas, derechos y anhelos. ¡Cómo cambiaría el mundo si por todas partes se propagara esta manera de vivir! De nuevo vemos aquí una semilla de verdad de lo que Jesús nos ha revelado en plenitud: “Os lo aseguro, que cada vez que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo.” (Mt 25, 40). Y Él mismo, compadeciéndose de nuestra miserable situación, ha querido ponerse completamente en nuestro lugar, haciéndose hombre como nosotros y cargando sobre sí todo el pecado y sufrimiento del mundo. Por eso la Misericordia de Dios es uno de sus atributos más magníficos.
Finalmente (y llegamos al cuarto momento) el joven Dalai Lama le alienta a poner en práctica aquella nueva actitud ante la vida que había aprendido, a rectificar los errores en lo posible y enmendarse, sí, pero... ¡
en su vida real! Efectivamente, el encuentro con la verdad no nos ha de llevar a evadirnos hacia un mundo que nos pueda parecer más idílico o fascinante. Debemos buscar nuestro camino, partiendo de nuestra realidad y forjarlo paso a paso, con la ayuda de Dios, con pequeños esfuerzos, renovados cada día, en la vida cotidiana. Es menos espectacular y, a veces, más rutinario, pero sólo así avanzaremos en la realidad y no en una ilusión.
Y la película tiene un final feliz para Harrer, y cualquier vida lo puede tener también: nunca es demasiado tarde para rectificar, ningún error es demasiado grande como para no poder ser perdonado por Dios si así se lo pedimos; siempre encontraremos su ayuda y amor incondicional, ¡siempre con los brazos abiertos...! Aquella alegría que encontró el protagonista al pedir perdón al amigo o a su hijo, la podemos encontrar nosotros, infinitamente multiplicada, al pedir perdón a Dios y a los hermanos, mediante el Sacramento de la Reconciliación, y empezar de nuevo.
¡Cuántas veces una buena amistad, un amor humano verdadero, nos hacen ver más cerca el Cielo, nos despiertan las ganas de ser más buenos, más honestos y generosos, de buscar la Verdad plena...! ¡No desperdiciemos la ocasión, pensando que son tonterías del momento que nos ha cogido sentimentales! Cualquier amor auténtico que pueda haber en este mundo es un pequeño reflejo que se alimenta del amor de Dios. Él lo ha ido derramando por todas partes, como trampolín para que lleguemos a vivir en Él, en comunión con los hermanos:
“(...) Dios es amor; y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1 Jn 4, 16)

AÑO DE JAVIER



El 3 de diciembre de 2005 se inauguró, con una Eucaristía Solemne, la celebración del “año de Javier” en conmemoración de los quinientos años del nacimiento de San Francisco Javier, copatrón mundial de las misiones católicas, junto con Sta. Teresa de Lisieux.
Nacido en el castillo de Javier (cerca de Pamplona), el 7 de abril de 1506, Francisco de Jassu i Azpilcueta era el hijo menor de una familia notable del Reino de Navarra; se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de la Sorbona de París. A raíz de su conversión, pasó a formar parte de la naciente Compañía de Jesús. Una vez ordenado sacerdote, tras ejercer sus primeras labores ministeriales, partió como misionero, nombrado por el Papa Nuncio Apostólico en el Oriente. Una vez allí llevaba siempre clavadas en el corazón dos espinas: los grandes sufrimientos de los nativos a manos de los paganos y los portugueses; y los malos cristianos que, con su apatía y el escándalo que daban, constituían un grave obstáculo al bien y a la comunicación de la Buena Nueva del Evangelio. Se entregó en cuerpo y alma a la misión que el Señor le había encomendado, y que Él mismo bendecía, sin ahorrarle, sin embargo, muchos padecimientos y trabajos. Murió, frente a las costas de China, en condiciones de gran precariedad material, el 3 de diciembre de 1552, con el Nombre de Jesús en los labios y gran paz en el alma. Antes había ofrecido al Señor todas las tribulaciones de su enfermedad. Según algunos relatos, la conocida imagen de Cristo que está en la Capilla de su castillo natal (llamada también “el Cristo de la sonrisa”, a causa de la enigmática sonrisa que ilumina su rostro, símbolo de la victoria sobre la muerte) sudó sangre en el momento preciso del fallecimiento de Javier. Su cuerpo, incorrupto, se conserva en Goa (India).

El punto de inflexión de su vida lo había marcado, años atrás, la influencia de San Ignacio de Loyola, compañero de universidad que se convirtió en aquel “tesoro”, el buen amigo que ayuda al amigo en la búsqueda de la verdad. El fundador de la Compañía de Jesús, zarandeó el alma de Javier con sus buenos ejemplos de vida, y dirigiéndole reiteradamente la pregunta del Evangelio: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena?”(Lc. 9, 25). Le proponía también apartarse unos días de sus quehaceres cotidianos, para seguir el mismo método de interiorización que él había desarrollado, basado en su propia experiencia de crecimiento espiritual. Por fin accedió el discípulo a hacer estos ejercicios espirituales bajo su guía y, tras vivir un duro combate espiritual para superar los obstáculos, quedó profundamente transformado por la Gracia y el Amor de Dios.

Antes de su conversión, Javier era apuesto, inteligente, perceptivo y emprendedor; de naturaleza muy sociable, alegre, jovial, le gustaba pasarlo bien y, sobre todo cantar. Su corazón, muy grande, ambicioso, aspiraba a grandes cosas y las dificultades no lo detenían. Y tras convertirse... ¿qué? ¿Se volvió, tal vez, huraño, aburrido y triste, y se le aguó la fiesta? No, muy al contrario, al enamorarse de Dios encontró el verdadero sentido y fuente de todas aquellas virtudes naturales con que había sido dotado y las usó, renovadas por la Gracia, en el servicio de la vocación, especialmente pensada para él desde toda la eternidad y para la que había nacido. Con su amor apasionado por la verdad y las personas, no escatimaba esfuerzos en el deseo de que todos conocieran la salvación que viene de Jesucristo; componía canciones alegres y pegadizas para enseñar el catecismo a los niños y al pueblo sencillo, usaba su ingenio para negociar con los gobernantes y ayudar a los nativos, era afectuoso y buen amigo de sus amigos y quería ayudarles a ser felices...Lo basaba todo en el amor a Dios, y en la total confianza en Él, y en que le daría las fuerzas y todo lo que pudiera necesitar para llevar a cabo su Santa Voluntad.

Tú y yo tenemos también muchas cualidades y dones que provienen de Dios. Él mismo nos ayudará a descubrir como ponerlos al servicio del amor siguiendo nuestra vocación personal. De este modo, encontrando el camino verdadero y siguiéndolo es cómo nos rejuveneceremos y seremos libres interiormente, y no quedaremos vacíos y frustrados. Sólo debemos hacer un acto de Fe en la persona de Jesús y decidirnos a confiarle nuestra vida y nuestro corazón para que así Él nos lleve a aquello que nos hará felices a cada uno.
Jesús nos dirige a nosotros, aquí y ahora, la misma pregunta: “¿De qué te sirve lograr todos los éxitos de este mundo si, en cambio, pierdes tu alma?”
No quiere decir esto, ni mucho menos, que debamos desentendernos de las cosas de este mundo, ni que sea malo luchar por lograr metas, o cosas materiales; lo que es malo es tenerlo como finalidad y no como medio, y quererlo a cualquier precio: transgrediendo las leyes que Dios ha inscrito en nuestro corazón y nuestra naturaleza; perdiendo la paz del alma; ignorando, cuando no utilizando, a las personas... Lo que es malo es hacernos esclavos de las cosas pasajeras.

No, no vale la pena una mentira, una trampa a fin de cerrar un negocio o aprobar un examen. No compensa perder la salud y robar el afecto que debemos a los nuestros, por adquirir unas riquezas o un status que no nos son imprescindibles. No es un buen negocio negar a Jesús ante los hombres, por miedo a que nos miren mal o nos ataquen, y merecer así que Él nos niegue el día del Juicio (Cf. Mt. 10, 33).
Muchas veces queremos engañarnos a nosotros mismos diciendo: “bueno, sólo hago esta trampilla en esto pequeño...”, “pero con eso yo no hago daño a nadie...”, “¿quién lo va a saber...?” (todo se sabrá, tarde o temprano -Cf. Mc. 4, 22-), “tal y como está el mundo, yo no hago tanto mal como aquellos otros...”, “¡todos lo hacen...!”. Pero sabemos muy bien que sí que hacemos daño, porque en vez de elevar el clima moral y el amor a Dios en nuestro mundo, ofendemos al Señor y nos degradamos gradualmente, hasta que llegue el día en que ya ningún pecado nos parezca grave. Sabemos muy bien, también, que no todo el mundo juega ese doble juego de una vela a Dios y otra al diablo. No, hay muchas personas, guiadas por el Espíritu Santo (lo sepan o no), muy valientes, que sufren prisión, calumnias, humillaciones y pierden ventajas materiales, e incluso la vida, con tal de decir siempre “sí” a Dios, y “no” a lo que es incompatible con su Amor y la propia conciencia. Y lo hacen, no porque sean masoquistas, sino porque han experimentado que sólo se puede ser feliz viviendo en la Verdad.

Dios nos ha escogido para confiarnos el Evangelio, no para que después nos dejemos arrastrar al lodo, aunque sea poco a poco; sino para ser levadura, en nuestro entorno cotidiano, de vida nueva, limpia, honesta, enamorada; para ser fieles al llamamiento personal de Aquél que no ha dudado en morir en la Cruz para salvarnos. ¡Claro que es un camino para esforzados! si no, ¿qué gracia tendría si ya estuviera todo hecho?

Señor, te pido por intercesión de María Santísima y de San Francisco Javier que toques mi corazón para evitar que me engañe el Enemigo que quiere arrebatarme el tesoro más valioso: tu Amor. Te pido que me ayudes hoy a dar este primer paso de confianza en Ti, que eres la Vida y la Alegría, pues quiero creer que vale la pena, a pesar de mis grandes dudas y resistencias iniciales...

Podríamos rezar la novena de la Gracia de San Francisco Javier, que va del 4 al 12 de marzo (pues fue canonizado el 12 de marzo de 1622) y, aún mejor, si nos es posible, hacer unos Ejercicios Espirituales.

Y... ¿QUÉ HAGO SI YA NO PUEDO MÁS?


Hay un pequeño chiste, bastante viejo -y un poquito malo también, no os lo negaré- que, aun así, puede ilustrar el tema de hoy: ¿sabéis por qué los gatos levantan la cola cuando se les acaricia pasándoles la mano por el dorso? Pues, ¡para señalar dónde se acaba el gato!

A nosotros nos pasa algo parecido, tenemos un límite y, cuando nos pinchan más allá de él, o bien surgen contratiempos, sufrimientos, humillaciones, injusticias o desgracias que lo sobrepasan, nos “acabamos” y marcamos el límite “levantando la cresta” o desesperándonos. Lo manifestamos de maneras diversas: malhumor, murmuraciones, críticas, venganzas más o menos explícitas, conductas adictivas de todo tipo...
¿Quién no ha oído nunca en su interior una voz que dice más o menos: “¡ya basta, ésta es la gota que colma el vaso, hasta aquí podíamos llegar...!”? Creo que es muy importante que aprendamos a identificarla, porque bastante nos enseña la experiencia que de lo que hacemos o decimos inmediatamente después, tenemos que arrepentirnos en cuanto reflexionamos con más serenidad. Si no lo impide la gracia de Dios, todos somos capaces de las peores cosas, si nos enfrentamos a un mal lo suficientemente fuerte para derribar el edificio de nuestro yo. Es preciso tomar conciencia de que somos débiles e impotentes ante el mal, y de que nuestro amor propio nos acompañará a lo largo de toda la vida. Saberse necesitado es el primer paso para pedir ayuda. Si nunca has tomado conciencia de ello podrías pedir al Espíritu Santo que ilumine este aspecto de tu corazón.
Hay quien invierte muchos esfuerzos en hacer ejercicios de autodominio, de auto-salvación, de control mental, etc. Es algo así como tirarse al vacío sin paracaídas, puedes tener suerte una vez, ¡pero es una insensatez! Fortalecer la voluntad es, ciertamente, conveniente, pero hacerlo así, solos, nos lleva, tarde o temprano, a fracasar de dos maneras posibles: o bien no lo conseguimos nunca, porque nuestra debilidad se hace evidente a cada paso, y entonces nos exasperamos y nos volvemos todavía más gruñones y malcarados, o nos hundimos; o bien tenemos éxito la mayor parte del tiempo y entonces, sin amor, nos volvemos soberbios y engreídos. No sé qué es peor, la verdad.
Os propongo un sistema más “astuto”, más al alcance de cualquiera. Dado que todos estamos marcados por el pecado original, flaqueamos por un lado u otro (quien no tiene un parche tiene un remiendo, se dice), igualmente, todos necesitamos ser salvados; Jesús ya nos ha salvado, ahora es necesario que cada uno, libremente acepte y aplique a su vida, esta salvación que se nos ha dado graciosamente.

Acostumbrémonos, pues, a apoyarnos siempre en Él. Podemos preguntarle qué haría Él en cada situación y pedirle las fuerzas, que Él lo haga en mí; cuando se trate de corregir a alguien, le pediré que me deje su Corazón para hacerlo con su Amor; si tengo que aguantar una situación desagradable, me apoyaré en Él y lo ofreceré por su amor, por quien me hace sufrir, por alguien que lo necesita, etc. ; si veo que alguien obra mal y no está en mis manos corregirle, o no lo acepta, en vez de criticarle, rezaré para que se enmiende. Pediré a Jesús que me vaya dejando su Corazón para que sea Él quien lo haga en mí en cada momento. Debo ejercitarme en hacer esto en todas las cosas, empezando por las más sencillas. No puedo esperar que, en un momento de gran crisis, sea capaz de improvisarlo. Necesitaré ejercitar mucho la oración, el trato afectuoso y constante con Dios.
Fracasaré muchas veces, pero entonces ya nunca estaré solo, Jesús me levantará, confesaré mi pecado y la gracia del Sacramento me fortalecerá para seguir adelante y para no desanimarme, tantas veces
como caiga en cosas parecidas. El Santo no es aquél que nunca cae, sino quien se deja levantar siempre de nuevo por Jesús.
Él irá poniendo paz en nuestras almas y esta paz se podrá difundir por todas partes en este mundo que tanto la necesita.
¡María, Reina de la Paz, completamente llena de Dios, llena de Gracia, ayúdanos a llevar a cabo este propósito en este nuevo año 2006!

LA NAVIDAD Y SUS REGALOS

“(...) VIERON AL NIÑO CON MARÍA, SU MADRE; Y CAYENDO DE RODILLAS LO ADORARON (...)” (Mt 2,11)
En Navidad nos hacemos regalos unos a otros como muestra de nuestro deseo de amarnos como hermanos según Dios, que es nuestro Padre; también como expresión de alegría porque nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

Los Reyes Magos nos traen obsequios para recordarnos aquéllos primeros (oro, incienso y mirra) que ofrecieron al Niño-Dios, que era y es toda la Bondad Divina hecha hombre. Así nos quieren animar a ser buenos a imitación Suya y por Su Gracia; desean que seamos de "buena voluntad" (amando la de Dios) para poder recibir el regalo auténticamente valioso que Dios nos hace: su Amor, su Paz, su Salvación...
Dios nos hace el mayor de los regalos posibles: se nos ha dado a Sí mismo para ser Dios-con-nosotros (Emmanuel) para siempre; vive realmente entre nosotros en la Sagrada Eucaristía.

En la Fiesta de la Epifanía del Señor celebraremos que Él se nos ha manifestado, nos ha revelado su Ser Divino y nos ha dado tres grandes muestras de su acercamiento y Amor a los hombres: la adoración de los Reyes (en que se significa que la salvación es para todos los hombres sin distinción de razas), el Bautismo de Jesús y las Bodas de Caná.
Toda la vida de Jesús es como una epifanía, un camino de luz. Él nos muestra Su Rostro, se manifiesta como luz del mundo (Cf.Jn 9,5) y Salvador que nos lleva al Amor del Padre, para que Le conozcamos, Le contemplemos, Le amemos...Así seremos modelados según Su Corazón que es la meta del cristiano peregrinar: la santidad.
María contempló de tal manera al Señor que la Paz del Cielo se encarnó en Su Seno virginal. Él quiso venir a nosotros por medio de Ella, haciéndola Madre de Dios. Comenzaremos el nuevo año, festejando la Maternidad Divina de María el día 1 de enero; felicitaremos entonces a nuestra Madre por tan gran honor.
Además Dios nos ha hecho el gran don de que Ella sea también Madre nuestra. Querrá, pues, que nosotros vayamos a Él (nuestro fin último) por medio de María, el camino más dulce, sencillo y seguro.
La contemplación de los misterios de la vida de Jesús, hecha en compañía de María y a imitación suya, a través de sus ojos y Su Corazón, constituye el rezo del Santo Rosario.
El Santo Padre, venerable Juan Pablo II, nos “rogó de corazón” que lo rezáramos todos, cada día, para implorar de Dios el don de la paz para el mundo, y construirla desde nuestro corazón. También por las familias.
El Papa Benedicto XVI nos ha vuelto a hacer la misma recomendación invitándonos, también a releer la Carta Apostólica
Rosarium Virginis Mariae, para conocer mejor su importancia y hermosura.
Si redescubrimos el valor, la belleza, la simplicidad y a la vez, profundidad evangélica de esta oración, veremos que edifica en nosotros el conocimiento y Amor de Dios, por medio del silencio interior y la oración del corazón. Iremos entretejiendo el ritmo de nuestra vida, armonizándola con el ritmo de la vida Divina.
Deberíamos hacerle este regalo al mundo, pues la única paz verdadera, la única salvaguarda del medio ambiente y de todo lo bueno que tan amenazado está, vendrán como don de Dios, en el Amor y por el Amor. Primero en nuestros corazones, expandiéndose progresivamente después.
Para ello hemos de colaborar y ser, generosamente,
“nosotros-con-Dios” puesto que Él se nos ha entregado por Amor para ser “Dios-con-nosotros”.
¿Te animas a comenzar el nuevo año con el propósito de sumarte a los muchos que cada día rezan el Santo Rosario?
(Si no sabes rezarlo o no quieres hacerlo solo, únete a otros miembros de la Parroquia; también puedes añadirte a los oyentes de Ràdio Estel, todos los días a las 7:00 de la mañana en el 106.6 FM)

¡Feliz y Santa Navidad y que en el año 2006 el Señor nos bendiga a todos con el don de la Paz!

¡Leed un bonito cuento de Navidad!

Matemática espiritual: MOMENTO PRESENTE x INFINITO = INFINITO

En un sentido amplio de la palabra, todos tenemos que trabajar. Ante Dios también es trabajo el estudio, y trabajo son todos los esfuerzos, dificultados por el sufrimiento, en el anciano o el enfermo; las luchas por conseguir un empleo en quien no lo tiene; y, por supuesto, lo son los quehaceres domésticos o laborales que, a lo largo de la jornada, llevan a cabo la mayoría. Nadie podría ser verdaderamente feliz ocioso, pues la creatividad es inherente a la realización del hombre. El trabajo no es un castigo de Dios, sino una ocasión privilegiada que Él nos concede, para colaborar con Él en la Creación, aún inacabada. Sin embargo, como consecuencia del desorden que introdujo el pecado original, vinieron a nuestra vida el sufrimiento y cansancio que suelen acompañar nuestras tareas. Especialmente aquí es donde entra en juego un elemento que olvidamos con frecuencia: también estamos llamados a colaborar con Dios en la Redención, para que se apliquen los méritos del Salvador. A veces, nos falta astucia (de la astucia que agrada a Dios) y desaprovechamos la ocasión de conferir un valor incalculable a nuestra dedicación cotidiana. Mi vida y mi labor, solas, son pequeñitas, como una gota de agua en la inmensidad del mar; pero con Cristo viviendo en mí, adquieren un valor infinito.
¡Qué oportunidad tan buena nos proporciona el Adviento para dar un nuevo empuje a nuestra vida cristiana y así prepararnos para celebrar con gozo y agradecimiento la Fiesta de la Navidad! Sí, el Niño-Dios se nos da, encarnándose, para vivir en la historia, para vivir nuestra historia, y así redimirnos siendo ofrenda perfecta de Amor y obediencia al Padre. ¡Y se ha quedado con nosotros para siempre en ese Belén perenne que es el Sagrario!
Jesús se encarnó y vive entre nosotros; hace suyo todo lo nuestro y nuestro todo lo suyo; no debe haber, pues, desconexión entre su presencia en la Eucaristía y el quehacer cotidiano de los cristianos. Quiere vivir en mí en cada cosa que hago, que lo haga todo como lo haría Él; aún más, anhela que yo permita que sea Él mismo, su Espíritu Santo de Amor, quien lo obre en mí para poder decir: “¡Ciertamente esas son mis manos, mis ojos...MI CORAZÓN!”
Además quiere que yo una todos mis esfuerzos, vivencias y gozos, a su ofrenda en el Altar en la Santa Misa, para colaborar en su plan de salvación, unido a Él que es el único Redentor. Y también que busque durante toda la jornada, una continua referencia a Dios-Eucaristía para que se convierta en fuente y cumbre de toda mi existencia. Ya no podré considerar ningún detalle insignificante. No me engañaré pensando que seré capaz de algo grande por Dios si, a la vez, descuido esas cosas de cada día que están al alcance de mi mano: “El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho. Y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho” (Lc. 16,10). Y mucho menos se me ocurrirá ofrecer chapuzas, o tareas hechas a desgana o de mal humor, en las que no he hecho rendir al máximo esos dones que Dios me ha confiado para darle Gloria y servir al prójimo. Cualquier acción humana resulta agradable a los demás, como muestra de interés y de respeto, cuando está bien realizada, con amor, con detalle y con delicadeza. Lógicamente, y con mayor motivo, la ofrenda a Dios ha de tender a ser lo mejor posible, pero no por perfeccionismo o ambición, sino por amor.
Si veo en cada tarea que realizo una ofrenda en el Altar de Dios, y en cada prójimo al que sirvo, a Jesús mismo, revitalizaré mi jornada con nueva ilusión y veré en cada pequeña batalla una ocasión de ofrecimiento para ayudarle a redimir el mundo, por la Iglesia, el país, la parroquia, la familia, los necesitados, etc.
María, Mujer eucarística, Madre del Niño-Dios, tú eres el mejor ejemplo de santidad en las cosas pequeñas. Enséñame a estar enamorado, a permanecer en el amor de Cristo, para que siempre haga mis labores por amor a Dios y en unión con Él, por más simples o tediosas que sean.
¡Santo Adviento!

LA IGLESIA PURGANTE TAMBIÉN ES IGLESIA: ¡HERMANOS NUESTROS!

Jesús nos dice: “Mirad, que yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas”. (Mt. 10, 16) Fácilmente se ve que el mal está muy extendido por todas partes. También hay mucho Bien, lo que ocurre es que no hace tanto ruido. Pero ciertamente el Enemigo de las almas, con sus mentiras, su odio y egoísmo, ha conseguido ganarse muchas mentes, corazones y voluntades. Nuestros abusos y pecados, en ocasiones, incluso alteran el orden de la Naturaleza. Son los efectos del mal que entró en el mundo con el pecado original y prospera con cada pecado personal nuestro, también los míos y los tuyos. Los indefensos son, a menudo, destrozados y engullidos como si los lobos acecharan en cada esquina...
Ante este panorama del que a menudo nos lamentamos, existe la tentación de desesperarse y dejarse ganar por el mal, usar sus mismas armas, y volvernos, nosotros también, lobos. Se añade otra tentación: pensar que todo está perdido, que cambiar las cosas está únicamente en manos de los gobernantes y potentados.
Pues no, Dios siempre puede más, el Bien siempre acabará venciendo al mal. El desánimo viene cuando pretendemos resolver las cosas nosotros solos, con las propias fuerzas y no contamos con Dios. Y es que a menudo se nos contagia la mentalidad dominante y miramos la vida sólo en su dimensión material, olvidando que la totalidad de la realidad tiene también una dimensión invisible. Es como si mirando el mar, sólo nos fijáramos en la superficie, y olvidáramos su enorme profundidad con todo lo que bulle y habita. La parte visible de un iceberg, por ejemplo, constituye sólo una pequeñísima proporción de su volumen; y sus evoluciones las origina, más bien, la parte que no vemos...
Sí, nos falta visión sobrenatural, quizás por insuficiente oración y unión con Dios. Posiblemente también necesitaríamos formarnos más y mejor. A veces olvidamos que la motivación, la fuerza y la finalidad de nuestro obrar están en Dios. Debemos implicarnos plenamente en la mejora de este mundo, pero no por finalidades puramente humanistas o altruistas, sino por un motivo más grande, urgente y poderoso: la Caridad, el Amor de Dios.
Estamos llamados a ser mansos como las ovejas porque creemos en el Evangelio y en Jesús, y, por lo tanto en su manera de ser y de hacer. Pero eso no quiere decir que estemos desarmados o pasivos, sino que nuestros recursos (nuestras “armas”) son diferentes, pero mucho más potentes y efectivas que las que usa el Mal. Estamos llamados a ser astutos, pero nuestras astucias no son las de los que engañan y hacen trampas para perjudicar o aprovecharse de los demás, sino que, a la vez, estamos llamados a ser sencillos, muy próximos a Dios, para ser capaces de escuchar su “plan estratégico”.
¿Y si estamos desaprovechando recursos a nuestro alcance y no actuamos como la levadura que deberíamos ser?...¡Pues tendríamos que ir recordando, descubriendo y poniendo en marcha todas las fuerzas espirituales que permanecen adormecidas! ¡Quitemos el polvo a las “armas”!
Un ejemplo para empezar: ¿Tenemos en cuenta a las almas del Purgatorio? ¿Encomendamos lo suficiente a los difuntos para que puedan llegar pronto al Cielo? ¿Cuando hay una gran mortandad, nos acordamos de pedir que se celebren Misas en sufragio por su eterno descanso? Ellos nos necesitan mucho... ¡Y también nosotros a ellos! Nos pueden ayudar mucho, pero se lo hemos de pedir. Saben más que nosotros de las cosas invisibles y rezan constantemente, nos aman mucho. ¿Tenemos una relación de amor con ellos? ¿Les tenemos devoción? ¿Nos damos cuenta que son una parte muy numerosa de la Iglesia?
El mes de noviembre se dedica tradicionalmente a la veneración de estas almas; es un buen momento, pues, para hacer propósitos de mejora en este aspecto.
María Santísima, da consuelo a las almas que sufren purificación, aumenta nuestro amor hacia ellas y pide a tu Hijo que pronto puedan entrar al Cielo. Santas almas del Purgatorio, rogad por nosotros.