“LES CHORISTES” (Los chicos del coro)

(Reflexiones sobre la película “Los chicos del coro”-estrenada en 2004 y dirigida por Christophe Barratier
RECORRIENDO EL CAMINO DE LA ESPERANZA

Vois sur ton chemin
gamins oubliés, égarés.
Donne leur la main
pour les mener
vers d´autres lendemains.

Sens au coeur de la nuit
l´onde d´espoir
ardeur de la vie.
Sentiers de gloire

Bonheurs enfantins
trop vite oubliés, effacés.
Une lumière dorée brille sans fin
tout au bout du chemin.



Mira por el camino
a los niños olvidados, perdidos.
Dales tu mano
para conducirlos
a otro mañana.

Siente en medio de la noche
la ola de esperanza
y el ansia de vivir.
Senderos de gloria

Alegrías infantiles
olvidadas, borradas demasiado pronto.
Una luz dorada brilla eternamente
a lo largo del camino.

Alborean los años setenta cuando Christophe Barratier, tímido y solitario, espera en vano, como cada sábado, a que su padre venga a buscarle. A sus ocho años, ya ha tenido que separarse de él y de su madre para ir a vivir con su abuela. Pero un día su alma infantil se conmueve, cautivada por un sentimiento nuevo e intenso: ha visto en la televisión una película, “La cage aux rossignols” (Jean Dréville, 1945); la emoción que en ella despiertan las voces de los niños y el personaje del músico fracasado que, a pesar de todo, se esfuerza por mejorar el mundo de los que le rodean, le abre horizontes interiores, caminos luminosos...
"Estudié música y, por la disciplina y concentración que exige, me convirtió en un niño diferente dentro de ese universo hostil. Fue un balón de oxígeno, una salvación." (Cristophe Barratier)

Décadas más tarde (el año 2004) Cristophe Barratier, con una nueva versión del relato, nos invita, también a nosotros, arropados por la calidez de sus entrañables vivencias, a sumergirnos en ese micromundo del correccional “El fondo del estanque”. Recorreremos, de la mano de Clément Mathieu y todos los demás protagonistas, el camino de la esperanza; ese camino de fe, esfuerzo y plenitud, que transfigura el invierno del sinsentido en una primavera de amor y motivación interior.

“Esto es lo que más me gusta del cine, y lo que tienen en común mis películas preferidas: ¿cómo puede contribuir un individuo a mejorar el mundo? Sé que el cine no puede cambiar las cosas, pero puede despertar las ganas de intentarlo. Me gusta salir de ver una película con ganas de identificarme con el personaje principal. La enseñanza de Clément Mathieu no se limita a unas simples lecciones de música sino que es una lección de vida. En “LOS CHICOS DEL CORO” hay tres temas: la primera infancia, la música y la enseñanza”. (Cristophe Barratier)

El argumento no es nuevo; los personajes, el desarrollo de la historia, son bastante previsibles. Incluso hay una cierta gratuidad en la abundancia de expresiones soeces. Sin embargo es una de esas películas con encanto que se quedan dentro, a veces por mucho tiempo, contagiando su amable y esperanzada visión de la vida; diciendo cosas, sugiriendo al corazón otras formas de mirar el mundo, señalando nuevos caminos para vivir y convivir. Cuando esto sucede es algo maravilloso y misterioso a la vez. Como esas historias buenas que antaño se transmitían de padres a hijos, siempre las mismas, pero continuamente enriquecidas por el corazón del que las narraba, perennemente estimulantes, “los chicos del coro” acierta a convertir al espectador en una persona mejor. Llega al alma, y por eso mismo, a veces desata emociones contradictorias pues toca esa profunda herida de la nostalgia de lo bello, de que el bien acabe triunfando sobre el mal. Desengañados, muchas veces, por la realidad, se nos antoja demasiado dulce el “happy end” (eso que suele decirse coloquialmente al salir del cine de que “se impone controlar las caries y analizar la glucosa en sangre para evitar males mayores”). Pero no nos dejemos desanimar: más tarde o más temprano, el bien siempre acabará venciendo al mal. La historia, la gran Historia de la humanidad, no acaba en la Cruz, sino en la Resurrección.
Iniciamos el viaje y se abre ante nosotros un largo flash-back que nos traslada al frío invierno de 1949, en plena postguerra. Abundan entonces los huérfanos y también los niños (y, cómo no, los adultos) con serias carencias de afecto y de puntos de referencia sólidos, a causa de de las apremiantes preocupaciones del momento. -De modo casi espontáneo nos viene a la mente el momento presente, al que podemos trasladar sin esfuerzo la esencia del problema, originado, eso sí, por motivos diferentes-. Clément Mathieu, profesor de música en paro, con un sentimiento subjetivo de fracaso profesional, comienza su primer día de trabajo como vigilante en un internado masculino de reeducación de menores, situado en una pequeña ciudad francesa. En sólo unos pocos segundos ya tiene adjudicado el apodo de cabeza-de-huevo, entre otros. Unos minutos más, y se ve plenamente inmerso en el fuego cruzado de esa constante guerra de frustración, exasperación e ira que se ha apoderado del centro.
“ACCIÓN-REACCIÓN”-es la consigna del director Rachin y a ella subordina todo su método “pedagógico”. Los demás miembros del cuadro docente acatan maquinalmente la máxima. Pero, con ese método represivo, apenas si logran mantener la autoridad sobre sus difíciles alumnos.
Barratier pone de relieve lo inhumano del procedimiento, jugando con una paradoja: el Principio de acción y reacción, constituye la tercera ley de la mecánica de Newton(1). Se trata, pues, de una ley física, de las que se aplican a la materia inanimada. Pero no se puede trasladar, sin más, al ser humano quien, creado a imagen de Dios que es amor, es mucho más que materia. El universo se rige por leyes físicas y biológicas, pero no somos esclavos ciegos de ellas... Demasiado a menudo, sin darnos cuenta, se nos cuela este sofisma y lo aplicamos como principio rector en nuestra vida cotidiana: “Éste me la hace, y yo se la devuelvo, ¡faltaría más!”, “hago justo lo contrario de lo que me dicen porque quiero ser rebelde y sentirme libre” (o sea, que sigo siendo un títere) “esto me apetece y esto hago, es una pasión inevitable, no se puede gobernar”, “tuve una mala experiencia, un fracaso, ya no puedo ser feliz y todos los que vengan después lo pagarán”...Las consecuencias son dramáticas; nos hacemos esclavos de los sucesos, del actuar ajeno, de un sinfín de cosas y quedamos atrapados en un círculo vicioso que conduce a la destrucción y nos hace adoptar posturas que no van con nosotros.
¿Cómo salir? Observemos al vigilante Mathieu: compadecido de esos pobres muchachos y de sus vidas sin horizontes, muy pronto se ha olvidado de sus propios problemas, y vuelca toda su energía en buscar modos de construir algo que resulte positivo para todos. No se enfrenta de entrada, desafiante, a Rachin; eso suele ser contraproducente en estos casos; pero le hará frente con decisión, si ello llega a ser imprescindible. No busca ir contra nadie, sino a favor de todos, de la parte buena de cada uno. Por eso es más astuto, y utiliza la mano izquierda tanto como le es posible. Y así, con autoridad inteligente y amorosa, pero empleando gran firmeza cuando es preciso, intenta acercarse a sus alumnos. Observándolos, descubre que la música atrae espontáneamente su interés. Organiza pues, con ellos, un coro polifónico que pronto proporciona a toda la clase un nuevo afán de superación y un motivo benéfico de unión. También los demás profesores se van contagiando del nuevo aire fresco que rejuvenece el ambiente.
Ya vemos cuál es el camino, el amor es la respuesta. El amor tiene siempre su fuente en Dios, y Él es siempre nuevo, siempre vida, siempre creador. Si Dios tuviera una máxima no sería la de Rachin, sería más bien algo así como “acción-creación”, porque todo lo regenera, hace nuevas todas las cosas, por muy desesperada que parezca la situación. Si le pedimos ayuda y, dejándole entrar en nuestro corazón, seguimos sus inspiraciones, hallaremos siempre una respuesta constructiva a los hechos, una salida creativa que ayude a mejorar las cosas.
Se dice a veces que los cristianos debemos nadar contra corriente. Aun admitiendo que hay una parte de verdad en ello, yo prefiero enfocarlo desde otro punto de vista; más bien me gusta pensar que tenemos que nadar a favor de la corriente, pero escogiendo muy bien por cuál de todas ellas nos vamos a dejar impulsar. Hace falta buscar, con humildad, para encontrar esa corriente de vida buena, esa semilla de verdad, que Dios ha depositado en el corazón de cada persona y bregar a favor de ella, evitando los remolinos desordenados que nos arrastran al lodo, o los troncos y piedras con los que podemos lastimarnos. Que nadie lo dude, Dios ha escondido con inmenso cariño un talento en el alma de cada persona, una semilla para ser feliz y dar mucho fruto. Nadie carece de él y ninguno es menos valioso que los demás.
Pero volvamos a “El fondo del estanque”; cuando todo parecía ir como miel sobre hojuelas, sobrevienen las dificultades (como suele suceder en la vida). Es entonces cuando la voz del cínico se reafirma en su voluntad de no confiar, diciéndose satisfecho: “¡ves como yo tenía razón, es de bobos intentarlo!”. Incluso una voz maliciosa nos castiga interiormente con ese mismo aguijón. Es el momento de no rendirse y perseverar, de seguir esperando, de seguir creyendo... ¿por qué? El amor, siempre el amor es la razón. No nos dejemos atrapar por el cínico y su empecinamiento; no cabe sino encomendarlo en la oración, y seguir construyendo por nuestro lado, apoyados en el Señor, donde todavía haya puertas abiertas. La buena siembra da siempre buenos frutos, aunque muchas veces quien la siembra no llegue a verlos en esta vida. Mathieu no es un fracasado, muy al contrario, es un triunfador, porque ama y lucha por el bien; eso es ya una victoria de vida.
En muchas ocasiones pedimos a Dios milagros. Algunas veces Él concede alguno de ésos que resultan prodigiosos y llamativos, como los que se narran en los evangelios. Pero eso no sucede con gran frecuencia. La mayoría de las veces nos da a nosotros el poder de irlos construyendo poco a poco, con pequeños pasos de fe y esfuerzo, y todo el amor por nuestra parte. En “El fondo del estanque” tienen lugar muchos de estos milagros. Constantemente florecen por todo el mundo millares de estos milagros humildes, de la mano de los sencillos santos escondidos. Es una lástima que tantas veces no los sepamos apreciar. Pero lo cierto es que en nuestros días hacen falta muchos más Mathieu; ¡Bienvenidos sean todos ellos! ¿Te animas?

“Creo que se puede descifrar lo que soy a través de cada uno de los personajes... ¡sin excluir al director!” (Cristophe Barratier)
¡Qué gran servicio nos proporcionan los iconos, las imágenes que vemos, para concretar los conceptos e intuiciones que forjamos en nuestro interior, pero que quedan un poco abstractos! ¡Cuánto ayuda el ver reflejados, como en un espejo, actitudes, aciertos y errores, para profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y labrar esa sucesión de decisiones y actitudes mías que decidirán en quién me voy convirtiendo!
Quiero compartir contigo un par de esas ilustraciones, presentes en esta película, que me han ayudado especialmente:
1-La vivencia del perdón y de la comprensión de Dios-Padre: lo veo reflejado en la actitud de Clément Mathieu y también del bueno de Maxènce, hacia los chicos. No gobierna en el amor ese frío “acción-reacción” del director Rachin sino, más bien, otro hermoso principio: PECADO-MISERICORDIA. La misericordia ante el error no consiste en decir que todo está bien y que nada ha ocurrido, que no existen el bien y el mal. No, eso sería añadir más mal (una mentira) al mal precedente. La misericordia, en cambio, busca restaurar al pecador por el amor, darle ocasión de reparar el daño que ha causado con su falta. A veces, incluso resulta preciso un castigo, pero no motivado por la ira, la venganza o el afán de dominar o humillar, sino para permitirle tomar conciencia de su pecado y edificar en bien lo que antes destruyó en mal. Lo vemos en el joven Le Querrec, ejerciendo de enfermero de quien ha sido su víctima. Aún más bello resulta el agradecimiento por el perdón, en la espléndida escena con Pierre Morhange en el concierto público del coro.
Si eliminamos de la vida la experiencia del perdón y de la reconciliación (especialmente en el Sacramento de la Reconciliación), le robamos al ser humano uno de los elementos clave para alcanzar la felicidad. Sólo quien es capaz de pedir perdón y se sabe perdonado, es capaz de perdonar. Lo demás sólo son frases y eslóganes que no arraigan en el corazón y, en el momento menos pensado, rebrotan con el rencor o la culpabilidad reprimidos.
2-Reservo un espacio privilegiado para el pequeño Pépinot. Me emociona pensar que Dios y María nos ven así, como lo vemos nosotros a él cuando, con sencillez de corazón y humildad, les pedimos confiados, sin desfallecer, aquello que necesitamos. Estoy convencida de que sus Corazones se conmueven desbordados por una gran ternura hacia nosotros, cuando nos presentamos ante ellos tal cual somos: pequeños, pobres y desvalidos (Cf. Mc 10, 13-16). El pequeño ayudante del director del coro representa para mí una personificación del “pedid y se os dará” del Evangelio (Lc 11, 9-13).
Mención aparte merece la magnífica banda sonora de Bruno Coulais; una serie de veintiún temas que son un canto a la vida, a la necesidad de ser mejor cada día y de superar las dificultades. Algunas han sido compuestas especialmente para la película con estudiada sencillez y emotividad, como correspondería a unas piezas que, en la ficción, son obra del humilde Mathieu; otras han sido seleccionadas de diferentes autores o del propio Barratier. Se cuida mucho la sensación de progreso en el nivel de aprendizaje de los miembros del coro. Las partes corales están interpretadas magistralmente por Les petits chanteurs de Saint-Marc de la catedral de Lyon y su solista, Jean-Baptiste Maunier, quien también encarna, como actor, a Pierre Morhange, con expresiva interioridad.
Tampoco se puede omitir una mención al buen trabajo de los pequeños actores, noveles en su mayoría, quienes, junto a los adultos, tuvieron que soportar la canícula estival con ropas de invierno en las escenas iniciales, pues toda la película se rodó en verano.
Quiero agradecer, en fin, a todos ellos y a los demás miembros del equipo de filmación que nos hayan regalado todo esto, y a Dios por habérselo regalado a ellos.

“la humanidad todavía no sabe lo que tiene al poseer el don de la música”. (Pau Casals).
[1] Nos dice que si un cuerpo A ejerce una acción sobre otro cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual y de sentido contrario. Esto es algo que podemos comprobar a diario en numerosas ocasiones. Por ejemplo, cuando estamos en una piscina y empujamos a alguien, nosotros también nos movemos en sentido contrario. Esto se debe a la reacción que la otra persona hace sobre nosotros, aunque no haga el intento de empujarnos a nosotros.

ELS NOIS DEL COR (Els choristes)

Adreça: Christophe Barratier.
Països: França i Suïssa.
Any: 2004 .
Durada: 95 min.
Gènere: Drama.
Música: Bruno Coulais.
Estrena a França: 17 Març 2004 .
Estrena a Espanya: 3 Desembre 2004


(Está disponible en la red de Bibliotecas de la Diputación de Barcelona)