Matemática espiritual: MOMENTO PRESENTE x INFINITO = INFINITO

En un sentido amplio de la palabra, todos tenemos que trabajar. Ante Dios también es trabajo el estudio, y trabajo son todos los esfuerzos, dificultados por el sufrimiento, en el anciano o el enfermo; las luchas por conseguir un empleo en quien no lo tiene; y, por supuesto, lo son los quehaceres domésticos o laborales que, a lo largo de la jornada, llevan a cabo la mayoría. Nadie podría ser verdaderamente feliz ocioso, pues la creatividad es inherente a la realización del hombre. El trabajo no es un castigo de Dios, sino una ocasión privilegiada que Él nos concede, para colaborar con Él en la Creación, aún inacabada. Sin embargo, como consecuencia del desorden que introdujo el pecado original, vinieron a nuestra vida el sufrimiento y cansancio que suelen acompañar nuestras tareas. Especialmente aquí es donde entra en juego un elemento que olvidamos con frecuencia: también estamos llamados a colaborar con Dios en la Redención, para que se apliquen los méritos del Salvador. A veces, nos falta astucia (de la astucia que agrada a Dios) y desaprovechamos la ocasión de conferir un valor incalculable a nuestra dedicación cotidiana. Mi vida y mi labor, solas, son pequeñitas, como una gota de agua en la inmensidad del mar; pero con Cristo viviendo en mí, adquieren un valor infinito.
¡Qué oportunidad tan buena nos proporciona el Adviento para dar un nuevo empuje a nuestra vida cristiana y así prepararnos para celebrar con gozo y agradecimiento la Fiesta de la Navidad! Sí, el Niño-Dios se nos da, encarnándose, para vivir en la historia, para vivir nuestra historia, y así redimirnos siendo ofrenda perfecta de Amor y obediencia al Padre. ¡Y se ha quedado con nosotros para siempre en ese Belén perenne que es el Sagrario!
Jesús se encarnó y vive entre nosotros; hace suyo todo lo nuestro y nuestro todo lo suyo; no debe haber, pues, desconexión entre su presencia en la Eucaristía y el quehacer cotidiano de los cristianos. Quiere vivir en mí en cada cosa que hago, que lo haga todo como lo haría Él; aún más, anhela que yo permita que sea Él mismo, su Espíritu Santo de Amor, quien lo obre en mí para poder decir: “¡Ciertamente esas son mis manos, mis ojos...MI CORAZÓN!”
Además quiere que yo una todos mis esfuerzos, vivencias y gozos, a su ofrenda en el Altar en la Santa Misa, para colaborar en su plan de salvación, unido a Él que es el único Redentor. Y también que busque durante toda la jornada, una continua referencia a Dios-Eucaristía para que se convierta en fuente y cumbre de toda mi existencia. Ya no podré considerar ningún detalle insignificante. No me engañaré pensando que seré capaz de algo grande por Dios si, a la vez, descuido esas cosas de cada día que están al alcance de mi mano: “El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho. Y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho” (Lc. 16,10). Y mucho menos se me ocurrirá ofrecer chapuzas, o tareas hechas a desgana o de mal humor, en las que no he hecho rendir al máximo esos dones que Dios me ha confiado para darle Gloria y servir al prójimo. Cualquier acción humana resulta agradable a los demás, como muestra de interés y de respeto, cuando está bien realizada, con amor, con detalle y con delicadeza. Lógicamente, y con mayor motivo, la ofrenda a Dios ha de tender a ser lo mejor posible, pero no por perfeccionismo o ambición, sino por amor.
Si veo en cada tarea que realizo una ofrenda en el Altar de Dios, y en cada prójimo al que sirvo, a Jesús mismo, revitalizaré mi jornada con nueva ilusión y veré en cada pequeña batalla una ocasión de ofrecimiento para ayudarle a redimir el mundo, por la Iglesia, el país, la parroquia, la familia, los necesitados, etc.
María, Mujer eucarística, Madre del Niño-Dios, tú eres el mejor ejemplo de santidad en las cosas pequeñas. Enséñame a estar enamorado, a permanecer en el amor de Cristo, para que siempre haga mis labores por amor a Dios y en unión con Él, por más simples o tediosas que sean.
¡Santo Adviento!

0 Comments:

Post a Comment

<< Home