DOMUND - TÚ TAMBIÉN ERES MISIONERO

Hay millones de personas en el mundo que padecen hambre. No nos podemos desentender. Pero aún menos hemos de olvidar que hay cinco mil millones de personas que padecen hambre del Pan de Vida, porque aún no conocen a Cristo pues ¡nadie se lo ha anunciado! En consecuencia, todos tenemos el deber y el derecho de ser misioneros, sea personalmente, sea económicamente o con oraciones.
Nadie está excluido de esta responsabilidad ya que Jesús nos dice "id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura " (Mc.16, 15).
Esta es nuestra misión: ser TESTIGOS de Jesús ante todo el mundo, Jesús nos la ha confiado. El Santo Padre Juan Pablo II hizo el gran esfuerzo de visitarnos el año 2003 para confirmarnos en ella.
Somos muy afortunados, privilegiados: hemos recibido el Bautismo (la mayor parte de nosotros también otros Sacramentos), conocemos la Buena Nueva (esto es lo que significa "Evangelio"); conocemos a Jesús, en definitiva. Puesto que hemos sido evangelizados, nuestra responsabilidad es muy grande... ¡Seamos también evangelizadores! Nos impele el Espíritu Santo.
Sin el testimonio de los que nos precedieron, ¿cómo hubiéramos conocido nosotros a Jesús? Es pues, de justicia, que tomemos el "relevo de la santidad", del testimonio auténtico y vivido de Jesucristo a fin de que nuestros contemporáneos puedan exclamar: "¡Hemos visto al Señor!". Pero este hambre no sólo se produce en países lejanos, España es también tierra de misión. Muchas personas a nuestro lado no conocen a Jesús. Unos porque no han recibido el anuncio, y otras porque aunque han tenido alguna noticia, por diferentes motivos, no han llegado a conocer a Dios personalmente.
En lo más profundo de todos los corazones está arraigado el anhelo de felicidad, de encontrar un sentido para la propia vida; algo en lo que poder confiar cuando todo se derrumba; algo que nos asegure que el mal no tiene la última palabra, que la muerte no es el final que destruye todo aquello que de bueno y hermoso hemos amado... La sociedad da muchas respuestas falsas que llevan a caminos de destrucción o desengaño.
Nosotros tenemos la respuesta. Sabemos que Dios ha puesto en nuestros corazones esta "sed", para ser Él mismo "el Agua" que la sacie.
El secreto de la felicidad, ya en esta vida (que no es sinónimo de ausencia de dolor), está en vivir en Dios, buscando hacer su Voluntad en todo; confiando absolutamente en Él y, por lo tanto, en todo lo que Él es, hace y dice.
Las cosas de este mundo son relativas al verdadero norte que está en el Amor de Dios. Así pues, tenemos que llevar esta Buena Noticia a todo el mundo, esto es, a todas las actividades, sucesos, afectos, deseos...donde transcurre nuestra vida. Que todos sepan y sientan al ver cómo vivimos que existe la Vida Eterna, que Dios nos dice a todos y a cada uno: "YO TE AMO".
Pero no podemos hacernos la ilusión de llevar a cabo nada bueno si no lo hacemos íntimamente unidos al Corazón de Jesús. Así pues resulta imprescindible la VIDA INTERIOR: la oración, los Sacramentos...que no estemos dispersos, sino que nuestros afectos, pensamientos y deseos se dirijan siempre a amar a Dios y servirlo en todo y en todos. Es en este trato íntimo, cordial, confiado y constante con Dios donde encontraremos en nuestros corazones la fuerza del Espíritu Santo. El Amor reclama la presencia, vive de la comunicación. Jesús ha pensado en ello y se ha quedado con nosotros en el Sacramento de la Eucaristía. La Iglesia (nosotros) recibe de la Sagrada Eucaristía (de la perpetuación del Sacrificio de la Cruz) la fuerza espiritual para llevar a cabo su misión, vive de Ella. Sin esta Vida no encontraremos la fuerza para vencer el mal con el bien, para no rendirnos en los momentos de oscuridad y tormenta.
Pensemos que hemos sido enviados, no con nuestra misión, o a comunicar nuestro mensaje, sino con la misma misión del Hijo; así pues no nos tenemos que presentar a nosotros mismos o nuestras ideas personales, sino sólo a Él, siempre y en todas partes, sólo a Cristo Jesús. Y como somos personas y no cosas, nuestra vida empapada de Dios y coherente con lo que decimos, también importa; ha de ser una transparencia de la de Jesús. Tenemos, pues una gran responsabilidad.
Construiremos el Reino del Amor y la Esperanza si cada vez que despedimos a alguien que se ha encontrado con nosotros, diciéndole: "a-Dios", es verdad que le hemos ayudado a ir más hacia Dios que antes de haber pasado por nuestro camino.
El Amor que regatea, no es Amor. Pongámosle imaginación al arte de acercar a nuestros hermanos a Dios, seamos muy cristianos en todo.
María, madre siempre atenta a cualquier palabra de dolor de los hombres, reclama nuestra ayuda... ¿Es que hay un dolor más grande que desconocer al Único que nos puede hacer felices?
"Madre,
saber que Tú me escuchas,
es ya acabar el llanto.
Detrás de tu mirada
me viene siempre Dios..."

0 Comments:

Post a Comment

<< Home