LA IGLESIA PURGANTE TAMBIÉN ES IGLESIA: ¡HERMANOS NUESTROS!

Jesús nos dice: “Mirad, que yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas”. (Mt. 10, 16) Fácilmente se ve que el mal está muy extendido por todas partes. También hay mucho Bien, lo que ocurre es que no hace tanto ruido. Pero ciertamente el Enemigo de las almas, con sus mentiras, su odio y egoísmo, ha conseguido ganarse muchas mentes, corazones y voluntades. Nuestros abusos y pecados, en ocasiones, incluso alteran el orden de la Naturaleza. Son los efectos del mal que entró en el mundo con el pecado original y prospera con cada pecado personal nuestro, también los míos y los tuyos. Los indefensos son, a menudo, destrozados y engullidos como si los lobos acecharan en cada esquina...
Ante este panorama del que a menudo nos lamentamos, existe la tentación de desesperarse y dejarse ganar por el mal, usar sus mismas armas, y volvernos, nosotros también, lobos. Se añade otra tentación: pensar que todo está perdido, que cambiar las cosas está únicamente en manos de los gobernantes y potentados.
Pues no, Dios siempre puede más, el Bien siempre acabará venciendo al mal. El desánimo viene cuando pretendemos resolver las cosas nosotros solos, con las propias fuerzas y no contamos con Dios. Y es que a menudo se nos contagia la mentalidad dominante y miramos la vida sólo en su dimensión material, olvidando que la totalidad de la realidad tiene también una dimensión invisible. Es como si mirando el mar, sólo nos fijáramos en la superficie, y olvidáramos su enorme profundidad con todo lo que bulle y habita. La parte visible de un iceberg, por ejemplo, constituye sólo una pequeñísima proporción de su volumen; y sus evoluciones las origina, más bien, la parte que no vemos...
Sí, nos falta visión sobrenatural, quizás por insuficiente oración y unión con Dios. Posiblemente también necesitaríamos formarnos más y mejor. A veces olvidamos que la motivación, la fuerza y la finalidad de nuestro obrar están en Dios. Debemos implicarnos plenamente en la mejora de este mundo, pero no por finalidades puramente humanistas o altruistas, sino por un motivo más grande, urgente y poderoso: la Caridad, el Amor de Dios.
Estamos llamados a ser mansos como las ovejas porque creemos en el Evangelio y en Jesús, y, por lo tanto en su manera de ser y de hacer. Pero eso no quiere decir que estemos desarmados o pasivos, sino que nuestros recursos (nuestras “armas”) son diferentes, pero mucho más potentes y efectivas que las que usa el Mal. Estamos llamados a ser astutos, pero nuestras astucias no son las de los que engañan y hacen trampas para perjudicar o aprovecharse de los demás, sino que, a la vez, estamos llamados a ser sencillos, muy próximos a Dios, para ser capaces de escuchar su “plan estratégico”.
¿Y si estamos desaprovechando recursos a nuestro alcance y no actuamos como la levadura que deberíamos ser?...¡Pues tendríamos que ir recordando, descubriendo y poniendo en marcha todas las fuerzas espirituales que permanecen adormecidas! ¡Quitemos el polvo a las “armas”!
Un ejemplo para empezar: ¿Tenemos en cuenta a las almas del Purgatorio? ¿Encomendamos lo suficiente a los difuntos para que puedan llegar pronto al Cielo? ¿Cuando hay una gran mortandad, nos acordamos de pedir que se celebren Misas en sufragio por su eterno descanso? Ellos nos necesitan mucho... ¡Y también nosotros a ellos! Nos pueden ayudar mucho, pero se lo hemos de pedir. Saben más que nosotros de las cosas invisibles y rezan constantemente, nos aman mucho. ¿Tenemos una relación de amor con ellos? ¿Les tenemos devoción? ¿Nos damos cuenta que son una parte muy numerosa de la Iglesia?
El mes de noviembre se dedica tradicionalmente a la veneración de estas almas; es un buen momento, pues, para hacer propósitos de mejora en este aspecto.
María Santísima, da consuelo a las almas que sufren purificación, aumenta nuestro amor hacia ellas y pide a tu Hijo que pronto puedan entrar al Cielo. Santas almas del Purgatorio, rogad por nosotros.


DOMUND - TÚ TAMBIÉN ERES MISIONERO

Hay millones de personas en el mundo que padecen hambre. No nos podemos desentender. Pero aún menos hemos de olvidar que hay cinco mil millones de personas que padecen hambre del Pan de Vida, porque aún no conocen a Cristo pues ¡nadie se lo ha anunciado! En consecuencia, todos tenemos el deber y el derecho de ser misioneros, sea personalmente, sea económicamente o con oraciones.
Nadie está excluido de esta responsabilidad ya que Jesús nos dice "id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura " (Mc.16, 15).
Esta es nuestra misión: ser TESTIGOS de Jesús ante todo el mundo, Jesús nos la ha confiado. El Santo Padre Juan Pablo II hizo el gran esfuerzo de visitarnos el año 2003 para confirmarnos en ella.
Somos muy afortunados, privilegiados: hemos recibido el Bautismo (la mayor parte de nosotros también otros Sacramentos), conocemos la Buena Nueva (esto es lo que significa "Evangelio"); conocemos a Jesús, en definitiva. Puesto que hemos sido evangelizados, nuestra responsabilidad es muy grande... ¡Seamos también evangelizadores! Nos impele el Espíritu Santo.
Sin el testimonio de los que nos precedieron, ¿cómo hubiéramos conocido nosotros a Jesús? Es pues, de justicia, que tomemos el "relevo de la santidad", del testimonio auténtico y vivido de Jesucristo a fin de que nuestros contemporáneos puedan exclamar: "¡Hemos visto al Señor!". Pero este hambre no sólo se produce en países lejanos, España es también tierra de misión. Muchas personas a nuestro lado no conocen a Jesús. Unos porque no han recibido el anuncio, y otras porque aunque han tenido alguna noticia, por diferentes motivos, no han llegado a conocer a Dios personalmente.
En lo más profundo de todos los corazones está arraigado el anhelo de felicidad, de encontrar un sentido para la propia vida; algo en lo que poder confiar cuando todo se derrumba; algo que nos asegure que el mal no tiene la última palabra, que la muerte no es el final que destruye todo aquello que de bueno y hermoso hemos amado... La sociedad da muchas respuestas falsas que llevan a caminos de destrucción o desengaño.
Nosotros tenemos la respuesta. Sabemos que Dios ha puesto en nuestros corazones esta "sed", para ser Él mismo "el Agua" que la sacie.
El secreto de la felicidad, ya en esta vida (que no es sinónimo de ausencia de dolor), está en vivir en Dios, buscando hacer su Voluntad en todo; confiando absolutamente en Él y, por lo tanto, en todo lo que Él es, hace y dice.
Las cosas de este mundo son relativas al verdadero norte que está en el Amor de Dios. Así pues, tenemos que llevar esta Buena Noticia a todo el mundo, esto es, a todas las actividades, sucesos, afectos, deseos...donde transcurre nuestra vida. Que todos sepan y sientan al ver cómo vivimos que existe la Vida Eterna, que Dios nos dice a todos y a cada uno: "YO TE AMO".
Pero no podemos hacernos la ilusión de llevar a cabo nada bueno si no lo hacemos íntimamente unidos al Corazón de Jesús. Así pues resulta imprescindible la VIDA INTERIOR: la oración, los Sacramentos...que no estemos dispersos, sino que nuestros afectos, pensamientos y deseos se dirijan siempre a amar a Dios y servirlo en todo y en todos. Es en este trato íntimo, cordial, confiado y constante con Dios donde encontraremos en nuestros corazones la fuerza del Espíritu Santo. El Amor reclama la presencia, vive de la comunicación. Jesús ha pensado en ello y se ha quedado con nosotros en el Sacramento de la Eucaristía. La Iglesia (nosotros) recibe de la Sagrada Eucaristía (de la perpetuación del Sacrificio de la Cruz) la fuerza espiritual para llevar a cabo su misión, vive de Ella. Sin esta Vida no encontraremos la fuerza para vencer el mal con el bien, para no rendirnos en los momentos de oscuridad y tormenta.
Pensemos que hemos sido enviados, no con nuestra misión, o a comunicar nuestro mensaje, sino con la misma misión del Hijo; así pues no nos tenemos que presentar a nosotros mismos o nuestras ideas personales, sino sólo a Él, siempre y en todas partes, sólo a Cristo Jesús. Y como somos personas y no cosas, nuestra vida empapada de Dios y coherente con lo que decimos, también importa; ha de ser una transparencia de la de Jesús. Tenemos, pues una gran responsabilidad.
Construiremos el Reino del Amor y la Esperanza si cada vez que despedimos a alguien que se ha encontrado con nosotros, diciéndole: "a-Dios", es verdad que le hemos ayudado a ir más hacia Dios que antes de haber pasado por nuestro camino.
El Amor que regatea, no es Amor. Pongámosle imaginación al arte de acercar a nuestros hermanos a Dios, seamos muy cristianos en todo.
María, madre siempre atenta a cualquier palabra de dolor de los hombres, reclama nuestra ayuda... ¿Es que hay un dolor más grande que desconocer al Único que nos puede hacer felices?
"Madre,
saber que Tú me escuchas,
es ya acabar el llanto.
Detrás de tu mirada
me viene siempre Dios..."

CON EL SÍNODO DE LOS OBISPOS CONCLUYE EL AÑO DE LA EUCARISTÍA


El Santo Padre, Juan Pablo II juzgó conveniente dedicar todo un año a la Eucaristía. Éste comenzó el mes de octubre pasado y tiene como conclusión la Asamblea General ordinaria del Sínodo de los Obispos que se inauguró en Roma el pasado 2 de octubre, Fiesta de los Ángeles Custodios y se clausurará el domingo 23 de octubre, Domingo Mundial de las Misiones. Durante estas tres semanas, los Padres sinodales, procedentes de todas las partes del mundo, con los expertos y otros delegados, viven, junto con el sucesor de Pedro, un tiempo privilegiado de oración, reflexionando sobre el tema: «La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia».

¿Qué es y para qué sirve el Sínodo de los obispos?
El Sínodo de los obispos constituye una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI (15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el buen espíritu nacido de la experiencia conciliar.
Etimológicamente hablando, la palabra «sínodo», derivada de los términos griegos syn (que significa «juntos») y hodos (que significa «camino»), expresa la idea de «caminar juntos».
Un sínodo es un encuentro religioso o asamblea en la que unos obispos, reunidos con el Santo Padre, tienen la oportunidad de intercambiarse mutuamente información y compartir experiencias, trabajando según una metodología basada en la colegialidad, con el objetivo común de buscar soluciones pastorales que tengan validez y aplicación universal. Así pues, puede ser definido, en términos generales, como una asamblea de obispos que representa al episcopado católico, «un órgano consultivo» que abarca toda la Iglesia, y tiene como tarea ayudar al Papa en el gobierno de la Iglesia universal, proporcionándole asesoramiento.
El actual Sínodo se desarrolla en varias fases. Durante la primera fase, cada miembro presenta la situación en su Iglesia particular. El Relator del Sínodo formula una serie de puntos para ser discutidos en la segunda fase, durante la cual todos los Padres sinodales se dividen en pequeños grupos llamados círculos menores, según la lengua que hablen. Los informes de cada uno de estos grupos son leídos en la sesión plenaria durante la cual los participantes pueden formular preguntas para aclarar los argumentos y hacer comentarios. En la tercera fase, el trabajo prosigue en círculos menores con la formulación de sugerencias y observaciones de una manera más precisa y definida, de modo que en los días conclusivos de la asamblea se puedan someter a votación propuestas concretas. Finalmente se confecciona un informe sobre el trabajo sinodal para someterlo al Santo Padre. En el año siguiente ve la luz un documento final: la Exhortación Apostólica post-sinodal, que es el documento pontificio resultante del Sínodo.

¿Qué actitud debería adoptar un católico ante este evento?
Nuestra actitud debe alejarse de aquélla que nos sugiere constantemente la prensa más sensacionalista. No resulta adecuada una expectación saturada de curiosidad malsana para ver si la Iglesia va a dar “la campanada” permitiendo comulgar en estado de pecado mortal o bien ordenando a mujeres sacerdotes, por ejemplo.
A nosotros nos compete, en cambio, perseverar en la oración para que nuestros pastores efectúen sus intervenciones y tomen las decisiones, en obediencia al Supremo Pastor: Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador; también para que seamos dóciles en seguir sus directrices y escucharlos como quien al mismo Cristo escucha.
Y... lo que esperamos, más bien, de los Padres Conciliares (Tal y como exhortaba un obispo africano a sus hermanos) es que no se van a rendir ante este mundo secularizado, y nunca buscarán ser “políticamente correctos”, pues Jesús tampoco lo hizo.

Oración para implorar al Señor que el Sínodo se desarrolle según Su Santísima Voluntad
Señor Jesucristo, a quien el Padre nos ha encomendado escuchar como a su Hijo amado:
ilumina tu Iglesia, para que nada sea para ella más santo que escuchar tu voz y hacerse seguidora tuya. Tú, que eres Sumo Pastor y Guía de nuestras mentes, dirige tu mirada a los Pastores de tu Iglesia, que en estos días se reúnen con el beato Sucesor de Pedro para celebrar el Sínodo y dígnate santificarlos en la verdad y confírmalos en la fe y en el amor.

Señor Jesucristo, manda tu Espíritu de amor y de verdad sobre los Obispos que celebran el Sínodo y sobre quienes les asisten en sus tareas: concédeles percibir con fe en el ánimo el soplo que el Espíritu infunde hoy en las Iglesias y recibir de Él la enseñanza de la verdad, y haz que los fieles, purificados y sostenidos por su compromiso, se adhieran al Evangelio a través del cual obras la salvación, convirtiéndose en oblación viviente al Dios del cielo.

Y que María, la Santísima Madre de Dios y Madre de la Iglesia, asista hoy a los Obispos como un día asistió a los Apóstoles en el Cenáculo e interceda con su materno apoyo, para que honren la comunión fraterna, tengan prosperidad y paz en días serenos y, escrutando con amor los signos de los tiempos, celebren la majestad de Dios, Señor misericordioso de la historia, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Y... añadía el Papa Benedicto XVI, el pasado 2 de octubre:
Encomendémonos también con confianza, a la bienaventurada Virgen María, a quien veneraremos el próximo 7 de octubre con el título de Virgen del Rosario. El mes de octubre está dedicado al santo Rosario, singular oración contemplativa con la que, guiados por la celestial Madre del Señor, fijamos la mirada en el rostro del Redentor para ser conformados en su misterio de alegría, de luz, de dolor y de gloria. Esta antigua oración está experimentando un providencial reflorecimiento, gracias en parte al ejemplo y a la enseñanza del querido Papa Juan Pablo II. Os invito a releer su carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae» y a llevar a la práctica sus indicaciones a nivel personal, familiar y comunitario. Confiamos a María las labores del Sínodo: que ella conduzca a la Iglesia entera a una conciencia cada vez más clara de su propia misión al servicio del Redentor, realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía.

Últimos días para alcanzar la Indulgencia Plenaria concedida durante el Año de la Eucaristía.
Finalmente, recordemos brevemente las condiciones para lograr la indulgencia plenaria concedida por el Santo Padre con motivo del Año de la Eucaristía al participar en actos de culto y devoción al Santísimo Sacramento.
Para obtener la indulgencia, es necesario respetar las condiciones habituales que son:
1.-Tener el alma totalmente desprendida del afecto a cualquier pecado.
2.- Recibir el Sacramento de la Penitencia (confesarse con un sacerdote).
3.- Comulgar.
4.- Rezar por el Santo Padre.
5.- Asistir a Misa u otro acto litúrgico relacionado con la Eucaristía o bien, rezar ante el Señor, presente en el Sagrario, Vísperas y Completas del Oficio Divino.
Las personas que, por enfermedad o causas justificadas, no pueden realizar lo anterior pueden alcanzar la indulgencia efectuando la visita espiritualmente y rezando Padrenuestro, Credo y Gloria y alguna invocación piadosa a Jesús Sacramentado, cumpliendo las condiciones habituales. Si, ni siquiera esto pudieren hacer, basta que se unan de corazón a los que las practican de forma habitual y ofrezcan su vida, problemas y enfermedad a Dios Misericordioso, con el propósito de confesar y comulgar en cuanto pudieren.

¿Por qué es tan importante poner los medios para alcanzar la indulgencia plenaria?
Porque, gracias a la indulgencia plenaria, el alma queda liberada de la pena temporal de todos los pecados ya confesados, ofreciéndonos la oportunidad de “empezar de cero” nuestra relación con Dios y liberándonos del purgatorio por ellos merecidos.