AÑO DE JAVIER



El 3 de diciembre de 2005 se inauguró, con una Eucaristía Solemne, la celebración del “año de Javier” en conmemoración de los quinientos años del nacimiento de San Francisco Javier, copatrón mundial de las misiones católicas, junto con Sta. Teresa de Lisieux.
Nacido en el castillo de Javier (cerca de Pamplona), el 7 de abril de 1506, Francisco de Jassu i Azpilcueta era el hijo menor de una familia notable del Reino de Navarra; se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de la Sorbona de París. A raíz de su conversión, pasó a formar parte de la naciente Compañía de Jesús. Una vez ordenado sacerdote, tras ejercer sus primeras labores ministeriales, partió como misionero, nombrado por el Papa Nuncio Apostólico en el Oriente. Una vez allí llevaba siempre clavadas en el corazón dos espinas: los grandes sufrimientos de los nativos a manos de los paganos y los portugueses; y los malos cristianos que, con su apatía y el escándalo que daban, constituían un grave obstáculo al bien y a la comunicación de la Buena Nueva del Evangelio. Se entregó en cuerpo y alma a la misión que el Señor le había encomendado, y que Él mismo bendecía, sin ahorrarle, sin embargo, muchos padecimientos y trabajos. Murió, frente a las costas de China, en condiciones de gran precariedad material, el 3 de diciembre de 1552, con el Nombre de Jesús en los labios y gran paz en el alma. Antes había ofrecido al Señor todas las tribulaciones de su enfermedad. Según algunos relatos, la conocida imagen de Cristo que está en la Capilla de su castillo natal (llamada también “el Cristo de la sonrisa”, a causa de la enigmática sonrisa que ilumina su rostro, símbolo de la victoria sobre la muerte) sudó sangre en el momento preciso del fallecimiento de Javier. Su cuerpo, incorrupto, se conserva en Goa (India).

El punto de inflexión de su vida lo había marcado, años atrás, la influencia de San Ignacio de Loyola, compañero de universidad que se convirtió en aquel “tesoro”, el buen amigo que ayuda al amigo en la búsqueda de la verdad. El fundador de la Compañía de Jesús, zarandeó el alma de Javier con sus buenos ejemplos de vida, y dirigiéndole reiteradamente la pregunta del Evangelio: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena?”(Lc. 9, 25). Le proponía también apartarse unos días de sus quehaceres cotidianos, para seguir el mismo método de interiorización que él había desarrollado, basado en su propia experiencia de crecimiento espiritual. Por fin accedió el discípulo a hacer estos ejercicios espirituales bajo su guía y, tras vivir un duro combate espiritual para superar los obstáculos, quedó profundamente transformado por la Gracia y el Amor de Dios.

Antes de su conversión, Javier era apuesto, inteligente, perceptivo y emprendedor; de naturaleza muy sociable, alegre, jovial, le gustaba pasarlo bien y, sobre todo cantar. Su corazón, muy grande, ambicioso, aspiraba a grandes cosas y las dificultades no lo detenían. Y tras convertirse... ¿qué? ¿Se volvió, tal vez, huraño, aburrido y triste, y se le aguó la fiesta? No, muy al contrario, al enamorarse de Dios encontró el verdadero sentido y fuente de todas aquellas virtudes naturales con que había sido dotado y las usó, renovadas por la Gracia, en el servicio de la vocación, especialmente pensada para él desde toda la eternidad y para la que había nacido. Con su amor apasionado por la verdad y las personas, no escatimaba esfuerzos en el deseo de que todos conocieran la salvación que viene de Jesucristo; componía canciones alegres y pegadizas para enseñar el catecismo a los niños y al pueblo sencillo, usaba su ingenio para negociar con los gobernantes y ayudar a los nativos, era afectuoso y buen amigo de sus amigos y quería ayudarles a ser felices...Lo basaba todo en el amor a Dios, y en la total confianza en Él, y en que le daría las fuerzas y todo lo que pudiera necesitar para llevar a cabo su Santa Voluntad.

Tú y yo tenemos también muchas cualidades y dones que provienen de Dios. Él mismo nos ayudará a descubrir como ponerlos al servicio del amor siguiendo nuestra vocación personal. De este modo, encontrando el camino verdadero y siguiéndolo es cómo nos rejuveneceremos y seremos libres interiormente, y no quedaremos vacíos y frustrados. Sólo debemos hacer un acto de Fe en la persona de Jesús y decidirnos a confiarle nuestra vida y nuestro corazón para que así Él nos lleve a aquello que nos hará felices a cada uno.
Jesús nos dirige a nosotros, aquí y ahora, la misma pregunta: “¿De qué te sirve lograr todos los éxitos de este mundo si, en cambio, pierdes tu alma?”
No quiere decir esto, ni mucho menos, que debamos desentendernos de las cosas de este mundo, ni que sea malo luchar por lograr metas, o cosas materiales; lo que es malo es tenerlo como finalidad y no como medio, y quererlo a cualquier precio: transgrediendo las leyes que Dios ha inscrito en nuestro corazón y nuestra naturaleza; perdiendo la paz del alma; ignorando, cuando no utilizando, a las personas... Lo que es malo es hacernos esclavos de las cosas pasajeras.

No, no vale la pena una mentira, una trampa a fin de cerrar un negocio o aprobar un examen. No compensa perder la salud y robar el afecto que debemos a los nuestros, por adquirir unas riquezas o un status que no nos son imprescindibles. No es un buen negocio negar a Jesús ante los hombres, por miedo a que nos miren mal o nos ataquen, y merecer así que Él nos niegue el día del Juicio (Cf. Mt. 10, 33).
Muchas veces queremos engañarnos a nosotros mismos diciendo: “bueno, sólo hago esta trampilla en esto pequeño...”, “pero con eso yo no hago daño a nadie...”, “¿quién lo va a saber...?” (todo se sabrá, tarde o temprano -Cf. Mc. 4, 22-), “tal y como está el mundo, yo no hago tanto mal como aquellos otros...”, “¡todos lo hacen...!”. Pero sabemos muy bien que sí que hacemos daño, porque en vez de elevar el clima moral y el amor a Dios en nuestro mundo, ofendemos al Señor y nos degradamos gradualmente, hasta que llegue el día en que ya ningún pecado nos parezca grave. Sabemos muy bien, también, que no todo el mundo juega ese doble juego de una vela a Dios y otra al diablo. No, hay muchas personas, guiadas por el Espíritu Santo (lo sepan o no), muy valientes, que sufren prisión, calumnias, humillaciones y pierden ventajas materiales, e incluso la vida, con tal de decir siempre “sí” a Dios, y “no” a lo que es incompatible con su Amor y la propia conciencia. Y lo hacen, no porque sean masoquistas, sino porque han experimentado que sólo se puede ser feliz viviendo en la Verdad.

Dios nos ha escogido para confiarnos el Evangelio, no para que después nos dejemos arrastrar al lodo, aunque sea poco a poco; sino para ser levadura, en nuestro entorno cotidiano, de vida nueva, limpia, honesta, enamorada; para ser fieles al llamamiento personal de Aquél que no ha dudado en morir en la Cruz para salvarnos. ¡Claro que es un camino para esforzados! si no, ¿qué gracia tendría si ya estuviera todo hecho?

Señor, te pido por intercesión de María Santísima y de San Francisco Javier que toques mi corazón para evitar que me engañe el Enemigo que quiere arrebatarme el tesoro más valioso: tu Amor. Te pido que me ayudes hoy a dar este primer paso de confianza en Ti, que eres la Vida y la Alegría, pues quiero creer que vale la pena, a pesar de mis grandes dudas y resistencias iniciales...

Podríamos rezar la novena de la Gracia de San Francisco Javier, que va del 4 al 12 de marzo (pues fue canonizado el 12 de marzo de 1622) y, aún mejor, si nos es posible, hacer unos Ejercicios Espirituales.

Y... ¿QUÉ HAGO SI YA NO PUEDO MÁS?


Hay un pequeño chiste, bastante viejo -y un poquito malo también, no os lo negaré- que, aun así, puede ilustrar el tema de hoy: ¿sabéis por qué los gatos levantan la cola cuando se les acaricia pasándoles la mano por el dorso? Pues, ¡para señalar dónde se acaba el gato!

A nosotros nos pasa algo parecido, tenemos un límite y, cuando nos pinchan más allá de él, o bien surgen contratiempos, sufrimientos, humillaciones, injusticias o desgracias que lo sobrepasan, nos “acabamos” y marcamos el límite “levantando la cresta” o desesperándonos. Lo manifestamos de maneras diversas: malhumor, murmuraciones, críticas, venganzas más o menos explícitas, conductas adictivas de todo tipo...
¿Quién no ha oído nunca en su interior una voz que dice más o menos: “¡ya basta, ésta es la gota que colma el vaso, hasta aquí podíamos llegar...!”? Creo que es muy importante que aprendamos a identificarla, porque bastante nos enseña la experiencia que de lo que hacemos o decimos inmediatamente después, tenemos que arrepentirnos en cuanto reflexionamos con más serenidad. Si no lo impide la gracia de Dios, todos somos capaces de las peores cosas, si nos enfrentamos a un mal lo suficientemente fuerte para derribar el edificio de nuestro yo. Es preciso tomar conciencia de que somos débiles e impotentes ante el mal, y de que nuestro amor propio nos acompañará a lo largo de toda la vida. Saberse necesitado es el primer paso para pedir ayuda. Si nunca has tomado conciencia de ello podrías pedir al Espíritu Santo que ilumine este aspecto de tu corazón.
Hay quien invierte muchos esfuerzos en hacer ejercicios de autodominio, de auto-salvación, de control mental, etc. Es algo así como tirarse al vacío sin paracaídas, puedes tener suerte una vez, ¡pero es una insensatez! Fortalecer la voluntad es, ciertamente, conveniente, pero hacerlo así, solos, nos lleva, tarde o temprano, a fracasar de dos maneras posibles: o bien no lo conseguimos nunca, porque nuestra debilidad se hace evidente a cada paso, y entonces nos exasperamos y nos volvemos todavía más gruñones y malcarados, o nos hundimos; o bien tenemos éxito la mayor parte del tiempo y entonces, sin amor, nos volvemos soberbios y engreídos. No sé qué es peor, la verdad.
Os propongo un sistema más “astuto”, más al alcance de cualquiera. Dado que todos estamos marcados por el pecado original, flaqueamos por un lado u otro (quien no tiene un parche tiene un remiendo, se dice), igualmente, todos necesitamos ser salvados; Jesús ya nos ha salvado, ahora es necesario que cada uno, libremente acepte y aplique a su vida, esta salvación que se nos ha dado graciosamente.

Acostumbrémonos, pues, a apoyarnos siempre en Él. Podemos preguntarle qué haría Él en cada situación y pedirle las fuerzas, que Él lo haga en mí; cuando se trate de corregir a alguien, le pediré que me deje su Corazón para hacerlo con su Amor; si tengo que aguantar una situación desagradable, me apoyaré en Él y lo ofreceré por su amor, por quien me hace sufrir, por alguien que lo necesita, etc. ; si veo que alguien obra mal y no está en mis manos corregirle, o no lo acepta, en vez de criticarle, rezaré para que se enmiende. Pediré a Jesús que me vaya dejando su Corazón para que sea Él quien lo haga en mí en cada momento. Debo ejercitarme en hacer esto en todas las cosas, empezando por las más sencillas. No puedo esperar que, en un momento de gran crisis, sea capaz de improvisarlo. Necesitaré ejercitar mucho la oración, el trato afectuoso y constante con Dios.
Fracasaré muchas veces, pero entonces ya nunca estaré solo, Jesús me levantará, confesaré mi pecado y la gracia del Sacramento me fortalecerá para seguir adelante y para no desanimarme, tantas veces
como caiga en cosas parecidas. El Santo no es aquél que nunca cae, sino quien se deja levantar siempre de nuevo por Jesús.
Él irá poniendo paz en nuestras almas y esta paz se podrá difundir por todas partes en este mundo que tanto la necesita.
¡María, Reina de la Paz, completamente llena de Dios, llena de Gracia, ayúdanos a llevar a cabo este propósito en este nuevo año 2006!

LA NAVIDAD Y SUS REGALOS

“(...) VIERON AL NIÑO CON MARÍA, SU MADRE; Y CAYENDO DE RODILLAS LO ADORARON (...)” (Mt 2,11)
En Navidad nos hacemos regalos unos a otros como muestra de nuestro deseo de amarnos como hermanos según Dios, que es nuestro Padre; también como expresión de alegría porque nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

Los Reyes Magos nos traen obsequios para recordarnos aquéllos primeros (oro, incienso y mirra) que ofrecieron al Niño-Dios, que era y es toda la Bondad Divina hecha hombre. Así nos quieren animar a ser buenos a imitación Suya y por Su Gracia; desean que seamos de "buena voluntad" (amando la de Dios) para poder recibir el regalo auténticamente valioso que Dios nos hace: su Amor, su Paz, su Salvación...
Dios nos hace el mayor de los regalos posibles: se nos ha dado a Sí mismo para ser Dios-con-nosotros (Emmanuel) para siempre; vive realmente entre nosotros en la Sagrada Eucaristía.

En la Fiesta de la Epifanía del Señor celebraremos que Él se nos ha manifestado, nos ha revelado su Ser Divino y nos ha dado tres grandes muestras de su acercamiento y Amor a los hombres: la adoración de los Reyes (en que se significa que la salvación es para todos los hombres sin distinción de razas), el Bautismo de Jesús y las Bodas de Caná.
Toda la vida de Jesús es como una epifanía, un camino de luz. Él nos muestra Su Rostro, se manifiesta como luz del mundo (Cf.Jn 9,5) y Salvador que nos lleva al Amor del Padre, para que Le conozcamos, Le contemplemos, Le amemos...Así seremos modelados según Su Corazón que es la meta del cristiano peregrinar: la santidad.
María contempló de tal manera al Señor que la Paz del Cielo se encarnó en Su Seno virginal. Él quiso venir a nosotros por medio de Ella, haciéndola Madre de Dios. Comenzaremos el nuevo año, festejando la Maternidad Divina de María el día 1 de enero; felicitaremos entonces a nuestra Madre por tan gran honor.
Además Dios nos ha hecho el gran don de que Ella sea también Madre nuestra. Querrá, pues, que nosotros vayamos a Él (nuestro fin último) por medio de María, el camino más dulce, sencillo y seguro.
La contemplación de los misterios de la vida de Jesús, hecha en compañía de María y a imitación suya, a través de sus ojos y Su Corazón, constituye el rezo del Santo Rosario.
El Santo Padre, venerable Juan Pablo II, nos “rogó de corazón” que lo rezáramos todos, cada día, para implorar de Dios el don de la paz para el mundo, y construirla desde nuestro corazón. También por las familias.
El Papa Benedicto XVI nos ha vuelto a hacer la misma recomendación invitándonos, también a releer la Carta Apostólica
Rosarium Virginis Mariae, para conocer mejor su importancia y hermosura.
Si redescubrimos el valor, la belleza, la simplicidad y a la vez, profundidad evangélica de esta oración, veremos que edifica en nosotros el conocimiento y Amor de Dios, por medio del silencio interior y la oración del corazón. Iremos entretejiendo el ritmo de nuestra vida, armonizándola con el ritmo de la vida Divina.
Deberíamos hacerle este regalo al mundo, pues la única paz verdadera, la única salvaguarda del medio ambiente y de todo lo bueno que tan amenazado está, vendrán como don de Dios, en el Amor y por el Amor. Primero en nuestros corazones, expandiéndose progresivamente después.
Para ello hemos de colaborar y ser, generosamente,
“nosotros-con-Dios” puesto que Él se nos ha entregado por Amor para ser “Dios-con-nosotros”.
¿Te animas a comenzar el nuevo año con el propósito de sumarte a los muchos que cada día rezan el Santo Rosario?
(Si no sabes rezarlo o no quieres hacerlo solo, únete a otros miembros de la Parroquia; también puedes añadirte a los oyentes de Ràdio Estel, todos los días a las 7:00 de la mañana en el 106.6 FM)

¡Feliz y Santa Navidad y que en el año 2006 el Señor nos bendiga a todos con el don de la Paz!

¡Leed un bonito cuento de Navidad!

Matemática espiritual: MOMENTO PRESENTE x INFINITO = INFINITO

En un sentido amplio de la palabra, todos tenemos que trabajar. Ante Dios también es trabajo el estudio, y trabajo son todos los esfuerzos, dificultados por el sufrimiento, en el anciano o el enfermo; las luchas por conseguir un empleo en quien no lo tiene; y, por supuesto, lo son los quehaceres domésticos o laborales que, a lo largo de la jornada, llevan a cabo la mayoría. Nadie podría ser verdaderamente feliz ocioso, pues la creatividad es inherente a la realización del hombre. El trabajo no es un castigo de Dios, sino una ocasión privilegiada que Él nos concede, para colaborar con Él en la Creación, aún inacabada. Sin embargo, como consecuencia del desorden que introdujo el pecado original, vinieron a nuestra vida el sufrimiento y cansancio que suelen acompañar nuestras tareas. Especialmente aquí es donde entra en juego un elemento que olvidamos con frecuencia: también estamos llamados a colaborar con Dios en la Redención, para que se apliquen los méritos del Salvador. A veces, nos falta astucia (de la astucia que agrada a Dios) y desaprovechamos la ocasión de conferir un valor incalculable a nuestra dedicación cotidiana. Mi vida y mi labor, solas, son pequeñitas, como una gota de agua en la inmensidad del mar; pero con Cristo viviendo en mí, adquieren un valor infinito.
¡Qué oportunidad tan buena nos proporciona el Adviento para dar un nuevo empuje a nuestra vida cristiana y así prepararnos para celebrar con gozo y agradecimiento la Fiesta de la Navidad! Sí, el Niño-Dios se nos da, encarnándose, para vivir en la historia, para vivir nuestra historia, y así redimirnos siendo ofrenda perfecta de Amor y obediencia al Padre. ¡Y se ha quedado con nosotros para siempre en ese Belén perenne que es el Sagrario!
Jesús se encarnó y vive entre nosotros; hace suyo todo lo nuestro y nuestro todo lo suyo; no debe haber, pues, desconexión entre su presencia en la Eucaristía y el quehacer cotidiano de los cristianos. Quiere vivir en mí en cada cosa que hago, que lo haga todo como lo haría Él; aún más, anhela que yo permita que sea Él mismo, su Espíritu Santo de Amor, quien lo obre en mí para poder decir: “¡Ciertamente esas son mis manos, mis ojos...MI CORAZÓN!”
Además quiere que yo una todos mis esfuerzos, vivencias y gozos, a su ofrenda en el Altar en la Santa Misa, para colaborar en su plan de salvación, unido a Él que es el único Redentor. Y también que busque durante toda la jornada, una continua referencia a Dios-Eucaristía para que se convierta en fuente y cumbre de toda mi existencia. Ya no podré considerar ningún detalle insignificante. No me engañaré pensando que seré capaz de algo grande por Dios si, a la vez, descuido esas cosas de cada día que están al alcance de mi mano: “El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho. Y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho” (Lc. 16,10). Y mucho menos se me ocurrirá ofrecer chapuzas, o tareas hechas a desgana o de mal humor, en las que no he hecho rendir al máximo esos dones que Dios me ha confiado para darle Gloria y servir al prójimo. Cualquier acción humana resulta agradable a los demás, como muestra de interés y de respeto, cuando está bien realizada, con amor, con detalle y con delicadeza. Lógicamente, y con mayor motivo, la ofrenda a Dios ha de tender a ser lo mejor posible, pero no por perfeccionismo o ambición, sino por amor.
Si veo en cada tarea que realizo una ofrenda en el Altar de Dios, y en cada prójimo al que sirvo, a Jesús mismo, revitalizaré mi jornada con nueva ilusión y veré en cada pequeña batalla una ocasión de ofrecimiento para ayudarle a redimir el mundo, por la Iglesia, el país, la parroquia, la familia, los necesitados, etc.
María, Mujer eucarística, Madre del Niño-Dios, tú eres el mejor ejemplo de santidad en las cosas pequeñas. Enséñame a estar enamorado, a permanecer en el amor de Cristo, para que siempre haga mis labores por amor a Dios y en unión con Él, por más simples o tediosas que sean.
¡Santo Adviento!