EL SILENCIO QUE AGRADA A DIOS, EN LA ESCUELA DE SAN JOSÉ

El pasado 18 de diciembre, con ocasión de la oración del Ángelus, el Santo Padre nos exhortaba, a “dejarnos contagiar por el silencio de San José”. Constataba con ello la gran necesidad de cultivar el recogimiento interior para acoger y custodiar a Jesús en nuestra vida, y favorecer la escucha de la voz de Dios. Ello es especialmente necesario en el contexto en que vivimos, un mundo con frecuencia demasiado ruidoso y con tal multiplicidad de mensajes que empuja a la dispersión. Este mes en que celebramos su Fiesta es una buena ocasión para profundizar en ello.
Ese silencio de San José, que ha de ser nuestro modelo, no se debe a un vacío interior, sino que está lleno de la contemplación del misterio de Dios y la disponibilidad total a la voluntad divina y al servicio del prójimo. Es un silencio que acoge la Palabra de Dios y está entretejido de oración constante; oración de bendición del Señor, de adoración de su santa voluntad y de confianza sin reservas en su providencia. Así pues, es un silencio activo que selecciona los contenidos: deja fuera todo lo que no viene de Dios, y se llena de todo lo que proviene de la Gracia.
Al imitar ese valioso silencio debo estar atento y esforzarme en dos aspectos:

1º-A qué presto oídos (qué dejo entrar en mi mundo interior). Es humanamente imposible atender a todos los mensajes que se me proponen, necesito elegir. Pero, además, no todo conviene ni es bueno. No son buenos cualquier programa de televisión, conversación, lectura...Algunos corrompen mi alma o me ponen en peligro de ello; debo evitarlos de igual modo en que evito los charcos y barrizales, para no manchar toda mi casa al entrar con los pies enlodados. Y si me he ensuciado, me lavo en la confesión y vuelvo a comenzar con más ahínco. Evitaré la información que no me edifica sino que me destruye, acerca de cosas que me hagan perder el tiempo o la virtud, chismes, calumnias, etc. En asuntos que debo conocer para ejercer mi profesión o formarme, he de buscar una fuente fidedigna, una persona sabia que me aconseje, un buen libro o publicación. Muy en particular, para conocer el Magisterio de la Iglesia, todo lo que Ella afirma en cuanto a la Fe u otras cuestiones, debo buscarlo en las fuentes mismas y no en la primera noticia, probablemente deformada, que oiga por la televisión.
“No tengo tiempo”, “no tengo capacidad”, es lo primero que me viene a la mente; pero si soy sincero compruebo que para comprar un piso o un coche, o buscar remedio a una enfermedad, pongo mucho más esfuerzo, ¡cuánto más debería luchar por la salud de mi alma y la de los que me rodean! Dios no me pide más allá de mi capacidad; le pediré, pues, que me ayude y pondré todo de mi parte.
Un buen propósito para esta Cuaresma podría ser leer la primera encíclica de Benedicto XVI, “Dios es amor”(Deus caritas est). El Papa se ha esforzado en escribirla en términos asequibles para ayudarnos a comprender su contenido.
Si Dios camina siempre a mi lado, Él que lo sabe todo, que conoce perfectamente el presente, el pasado y el futuro; si está deseando ayudarme en las decisiones de mi vida, avisarme de los peligros (como hizo con San José por medio del Ángel –Cf Mt 1, 20-21; 2, 13-15-), conducirme hacia mi felicidad, ¿No constituirá una “santa astucia” aprender a escuchar su voz e invitarle constantemente a que entre en mi corazón y pedirle consejo en todo?
La recitación de jaculatorias a lo largo del día ayuda mucho para alcanzar de Dios el don del silencio y la unidad interior, y mantenerse en sintonía con su Corazón. Algunas veces se ha menospreciado el valor de las jaculatorias alegando su monotonía, o que pueden convertirse en una oración mecánica. Verdaderamente vale la pena esforzarse en que el corazón y la inteligencia digan lo mismo que repite la boca, pero aunque a veces no lo lográramos, constituyen una buena plataforma para una oración más profunda y para mantener la presencia de Dios en todo lugar, a lo largo de la jornada. También son de gran valor por dedicar con ellas algunas energías y facultades corporales a Dios (no olvidemos que no somos sólo espíritu). También para evitar esos pensamientos que frecuentemente nos asaltan y nos alejarían del bien. En algunas circunstancias muy difíciles para la vida espiritual (gran aridez, enfermedad, un gran sufrimiento...), pueden constituir un asidero de emergencia para mantener firme la unión con Dios, a pesar de las dificultades. A propósito de ello, me viene a la mente el testimonio desgarrador de una mujer cuyo hijo de diez años murió en un terrible accidente, debido a la negligencia en el mantenimiento de las instalaciones de un pequeño hostal. Precisamente toda la familia había decidido pasar unos días allí, para reponerse de una racha de acontecimientos funestos, entre los que se contaba el incendio del hogar familiar. Decía: “Era la única oración que podía efectuar; el ánimo destrozado, el sufrimiento tan grande, impedían a mi corazón dirigirse a Dios; sólo podía elevar una oración recitada con los labios, por pura fuerza de voluntad; fue mi tabla de salvación”.
Tengamos en cuenta, no obstante, que la recitación de jaculatorias no es similar al uso que se hace de los mantras en algunas disciplinas orientales; no es un instrumento para ayudarnos a concentrarnos o relajarnos. No es simplemente una parte de un 'yoga cristiano' o un tipo de 'meditación trascendental'; se trata de una invocación dirigida a otra persona: Dios hecho Hombre, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, directamente, o pidiendo la mediación de la Virgen Santísima o algún Santo.
Ejemplos de jaculatorias son la simple invocación de los nombres de Jesús, María o José; o los tres a la vez; o la muy extendida: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, tomada de elementos de la Sagrada Escritura.

El Santo Padre nos ha dado aún más consejos en cuanto al cultivo del silencio interior. En su mensaje para la XXI Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará, a nivel diocesano, el 9 de abril de 2006, Domingo de Ramos, nos ha propuesto el siguiente tema para la reflexión:

"Para mis pies antorcha es tu palabra,
luz para mi sendero" (Sal 118[119],105)


Pero, para que la palabra de Dios ilumine mi vida, debo aprender a escucharla. ¿Cómo formarse un corazón capaz de escucharla? Nos responde el Papa: «Esto se consigue meditándola sin cesar y permaneciendo enraizados en ella, mediante el esfuerzo de conocerla siempre mejor.»
Nos ha exhortado, en fin, a «adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para nosotros como una brújula que indica el camino a seguir: Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto: "El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo" (PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25). »
Además, la lectura, el estudio y la meditación de la Palabra tienen que desembocar después en una vida de coherente adhesión a Cristo, a su Iglesia (que custodia un tesoro de tan gran valor, lo interpreta con autoridad y nos permite acceder a él) y a su doctrina. Ya lo advierte el apóstol Santiago: "Pero tenéis que poner la Palabra en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos." (St 1,22-25).
Sigue diciendo el Papa: «Queridos jóvenes, meditad a menudo la palabra de Dios, y dejad que el Espíritu Santo sea vuestro Maestro. Descubriréis entonces que el pensamiento de Dios no es el de los hombres; seréis llevados a contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustaréis en plenitud la alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está exento de insidias, podréis encontrar dificultades y sufrimientos La presencia amorosa de Dios, a través de su palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el camino, también en los momentos más difíciles.
(...)La palabra de Dios es un "arma" indispensable en la lucha espiritual; ésta actúa eficazmente y da fruto si aprendemos a escucharla para obedecerla después. Explica el Catecismo de la Iglesia Católica: "Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la Palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma" (n. 144).
(...)Quien escucha la palabra de Dios y se remite siempre a ella pone su propia existencia sobre un sólido fundamento. "Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, - dice Jesús - será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca" (Mt 7,24): no cederá a las inclemencias del tiempo.»


2º-Qué expreso (de palabra u obra). Que tenga siempre presente que aquél de quien voy a hablar, o a quien voy a hablar, es mi hermano. Y me pregunte antes: ¿Es verdad lo que voy a decir? ¿Estoy seguro de ello? ¿Conviene que lo diga a esta persona y ahora? ¿Cómo voy a decirlo? (que sea siempre con humildad y amor) Que le pida a Dios que sea Él quien inspire mis palabras según su querer.

Ven Espíritu Santo, Espíritu de fortaleza y de testimonio, y hazme capaz de proclamar sin temor el Evangelio hasta los confines de la tierra. María, mi Madre y guía, enséñame a acoger la palabra de Dios, a conservarla y a meditarla en mi corazón (cfr. Lc 2,19) como lo hiciste tú durante toda la vida. Aliéntame a decir mi "sí" al Señor, viviendo la "obediencia de la fe". Ayúdame a estar firme en la fe, constante en la esperanza, perseverante en la caridad, siempre dócil a la palabra de Dios.
San José Glorioso, sé tú mi Maestro en el ejercicio del verdadero silencio (ése que hace posible escuchar a Dios, a los demás y a mi propio corazón) y escribe mi nombre en tu corazón y en los de Jesús y María.